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NAVIDAD 2011
(por Antonio Aura Ivorra)


Cada vez con mayor frecuencia se habla y escribe sobre los desencuentros entre la ciencia y la religión. Los desacuerdos no son novedad. Ocurre que tras los avances indudables de las neurociencias, cuya divulgación goza en la actualidad de la atención general, proliferan los debates sobre los problemas éticos que suscitan, sobre la religión, que abriga creencias, sentimientos, normas y prácticas rituales en busca de amparo ante la respuesta, difícil por no decir imposible, a la eterna pregunta existencial, y sobre la realidad, también insegura, incierta, que percibimos a través de nuestros sentidos. Todo un mar de confusiones que nos impulsan a pensar aunque solo sea para permanecer en la duda impaciente.

   

Al margen de las disquisiciones que parecen reservarse a científicos y filósofos, la técnica, la economía y el negocio –materia de ocupación lucrativa– priman en el interés actual convirtiendo al ser humano en un medio más, domesticado para la obtención de “beneficios”. Las personas nos hemos convertido –tal vez unos a otros subrepticiamente– en recursos despojados de inquietudes espirituales y éticas, olvidando nuestra naturaleza, nuestra esencia. Se dice y se lee por ahí que se nos ha “cosificado”. O que nos hemos “cosificado”, narcotizados por la contemplación frívola y sin censura de los acontecimientos que nos muestra con tintes de normalidad nuestro entorno, a cuya configuración contribuimos con nuestra actitud. Al menos así parece.

  

Por eso ahora, próximos ya a la Navidad, festividad familiar y tradicional en nuestra cultura cristiana que despierta sentimientos encontrados de tristeza y alegría según circunstancias de cada cual, no está de más detener el ajetreo diario, abúlico a veces, para celebrar el milagro de la VIDA, savia común que impulsa a la humanidad representada por un Niño nacido en lugar impropio (¿por qué lo escogería tan bajo?).

     

Éste, según se me ocurre, podría ser uno de los mensajes que transmite por estas fechas aquel pesebre de Belén. El milagro de la VIDA en toda su dimensión. La nada precede a la vida. Y cuando ésta se nos da, la prioridad es vivir, vivir en plenitud, no solo desde el punto de vista fisiológico sino también anímico, espiritual. Y es también un buen momento, ¿por qué no, si cualquier tiempo lo es?, para desnudarla y acudir al encuentro de la ética, o al menos en su busca, porque ya lleva algún tiempo en el olvido, descuidada, arrinconada en nuestro interior entre alharacas y abalorios presuntuosos y guirigayes de indignación. ¡Hay que escarbar! No es hora de desidia, nunca lo es. Sí de serena reflexión que puede acercarnos a lo que somos. No es bueno vivir a la intemperie sin ideales, insensibles, frívolos y aparentes, olvidando nuestras responsabilidades y a expensas del azar o de criterios y conductas ajenas, cuando nuestra condición de personas nos permite discernir por nosotros mismos.

   

Inmersos como estamos en una maraña de incertidumbres inquietantes y de acontecimientos pasmosos que denigran y repugnan, no hay más refugio que el reencuentro con la dignidad y el decoro, valores extraviados por algunos buscones navegando a la deriva, para reivindicarlos y ejercitarlos incluso en circunstancias adversas como las del Niño de Belén, ejemplo de humildad, que pese a ello -¡nació en una cuadra!- recibió presentes –muestras de estima, solidaridad y veneración– de ricos de armiño y pastores de cabras. Todo un símbolo de esperanza.

 

                                                                              FELIZ NAVIDAD

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