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VIVA LA VIDA
(por Gaspar Llorca Sellés)
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Contemplo el balcón, medito su soledad. Vienen unos gorriones, brevemente lo visitan, saltan de baranda en baranda y se persiguen y empujan, juegan y en sus movimientos parabólicos crean vida en él. Por la puerta abierta, escapa, se extiende y aflora una oscuridad, también triste y solitaria que emana de la estancia sombría y negra. Uno de los gorriones en su bullicio roza con sus alas aquella nada, de la que huye presuroso y espantado y con su piar asustadizo arrastra a los demás que se alejan rápidos del lugar. Ha sido un momento insensato, vuelve la muerte. Muerte diaria, a la que perturba las frecuentes visitas de los pájaros, ¿descansará la muerte en esos momentos? Ella siempre retorna y pasiva y segura domina de nuevo lo que la vida le había alterado.
El rayo solar ilumina un trozo de la estancia y marca un territorio; se ha colado por el techo agujerado y ha descendido al suelo. En su destino lumínico forma una isla que trae esperanza en la manifiesta inmensidad de la angustia y la extinción. Vence la luz que le arrebata un algo a la nada, y de esa nada crea vida que explota y se expande y se multiplica en un sin fin de puntos de luz que ven y viven cuantos la contemplan. En el contorno siguen los agujeros negros que se tragan reflejos de vida, y en su transformación crean las sombras inmóviles Una, escapa, huye y salta y se acomoda en las alas de uno de los pajaritos que al bañarse en el resplandor se deshace de ella.
Visiono en mi ansiosa mente cómo las sombras escapan y mueren dejando al descubierto nuevas vidas que tanto esperaron su encarnación.
Y al momento los sentidos vencen al pensamiento y muestran que la fantasía deja de ser ilusión para convertirse en realidad. En el balcón aparece una joven alta y esbelta, rubia, alegre, viste de largo con aéreas formas y color celeste; flexiona su cuerpo y el gorrión salta y se posa en su mano, que ella acerca a su boca y él besa en sus labios. La estancia se ilumina y es invadida por jóvenes bulliciosos y alegres, que entre risas y voces salen y entran al balcón. Un revoleo de pájaros se introduce en el cuadro donde el sol ha mostrado todas sus tonalidades; revolotean en cabezas y hombros de la juventud, que los acaricia. Todo es vida que se explaye y se propaga por todos los ámbitos.
La plaza se ha llenado de gente que les saluda, les llama, y les echa besos, es la esperanza. Ya no hay sombras, los ángeles disparan multitud de flechas que hacen blanco en corazones viejos y jóvenes, la multitud se coge de la mano y en sus miradas hay de nuevo fe y cariño tanto tiempo perdido. Todos cantan a la vida, todos vitorean a la vida, todos levantan los brazos como si despertaran, y saltan y ríen.
Y sigue la algarabía, las risas y los llantos, el grito es ensordecedor, los abrazos no cesan, se besan en la frente, en la boca, saltan, forman cadenas humanas, y el mundo se arrulla, hasta las casas muestran su espíritu vital abriendo sus balcones y ventanas donde asoman sus moradores. Todo con los pájaros, los cielos y tierra engendran el don de la vida.
En la esquina hay una mujer aquejada; sus lágrimas son visibles:
¿Por qué lloras mujer? - Lloro, señor, por los hijos que quise y no tuve.