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EL PIANISTA EN EL CENTRO COMERCIAL
(Versión condensada del relato de Paulo Coelho)

(por Matías Mengual)

Matías Mengual


Voy andando, distraído, por un centro comercial, acompañado de una amiga violinista húngara, actualmente una figura destacada de dos filarmónicas internacionales. De repente, me coge del brazo: –¡Escucha!

Escucho. Oigo voces, ruidos de televisiones conectadas en tiendas de electrodomésticos, gritos de niños y la música omnipresente en los centros comerciales. No obstante…: –¿Qué? ¿No es maravilloso?

Para mí, es una grabación, nada fuera de lo normal, y ante mi extrañeza, puntualiza: –¡El piano! –dice ella con expresión decepcionada. –¡El pianista es maravilloso!

Así es: se trata de música en directo. Sus notas parecen tapar todo el barullo que nos rodea. En este momento está tocando una sonata de Chopin. Por los pasillos llenos de gente nos acercamos a la sección de alimentación: personas comiendo, conversando, leyendo periódicos y una de esas atracciones que todo centro comercial procura ofrecer a sus clientes. En este caso, un piano y un pianista.

Toca dos sonatas más de Chopin y luego Schubert, Mozart. Debe de tener unos treinta años; una placa colocada junto al pequeño escenario explica que es un famoso músico de Georgia, una de las antiguas repúblicas soviéticas. Debe de haber buscado trabajo, puertas cerradas, se desesperó, se resignó y ahora está ahí. O ¿no lo está?: sus ojos están fijos en el mundo mágico en que esas músicas fueron compuestas; sus manos comparten  con todos el amor, el alma, el entusiasmo, lo mejor de sí mismo, sus años de estudio, de concentración, de disciplina.

Lo único que parece no haber entendido: nadie ha ido allí para escucharlo, sino para comer, comprar, distraerse, mirar escaparates… Una pareja se para a nuestro lado, conversando en voz alta, y luego sigue su camino. El pianista no la ha visto: está conversando con los ángeles de Mozart. Tampoco ha visto el público: dos personas, una de ellas, violinista de talento, lo escucha con lágrimas en los ojos.

El pianista termina otra pieza de Mozart. Por primera vez advierte nuestra presencia. Agradece nuestros tímidos aplausos, nos saluda con una educada y discreta señal de la cabeza y nosotros hacemos lo mismo.

Y continúa tocando, porque ese es su destino en esta Tierra y la fuente de toda alegría. En ese momento está recordándome una lección importantísima: tú tienes una Leyenda Personal que cumplir y punto.

   

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