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LOS COMPAÑEROS XXL
(por José M. Quiles Guijarro)

José Miguel Quiles


Decía Pío Baroja que en un barco las simpatías y antipatías personales quedan establecidas desde el primer instante y a veces con una inusitada violencia. Naturalmente hablaba el escritor de unos marineros toscos y desarraigados de finales del XIX, donde las pasiones estaban más a flor de piel.

 

Pues bien, con menos virulencia, yo me atrevería a decir que en una oficina viene a pasar algo parecido, la empatía entre las personas es algo inevitable, todos llevamos consigo el pecado original de nuestro carácter, con el que, para bien o para mal, nos mostramos ante los demás. ¿Pero qué determina realmente que percibamos tan distinta vibración al encontrarnos ante una u otra persona? No se sabe bien. Según he leído, a los 4 primeros minutos de haber conocido a alguien se obtiene una primera impresión que resulta ya muy difícil de cambiar. En ese espacio de tiempo una persona ofrece un verdadero filón de datos, la apariencia personal, la mirada, la expresión facial, el tono de la voz, las palabras… con todo ello puede formarse un perfil de ella muy cercano a la realidad.

 

En espacios físicos reducidos, una oficina, (D. Pío hablaba de un barco) donde nos desenvolvemos durante muchas horas, días y a veces años, la relación se hace más densa, más inevitable que en otras profesiones. Y ahí es donde rozan los “egos”, tropiezan, raspan, se enganchan, chirrían.

 

El “ego” es algo que todos llevamos dentro que dirige nuestros actos, sin percatarnos de él. Algo así como la tarjeta del móvil, pero con una gran diferencia, mientras la tarjeta se ajusta a la medida del terminal, el “ego” suele ser 2 ó 3 tallas más grande. Así un individuo sencillito, que por sus cualidades es una talla “L”, puede tener un “ego” de talla “XXL” y a veces hasta de tallas desproporcionadas. Y este “ego” sobrante le asoma por todas las costuras del alma: ambición, afán de poder, ansiedades, envidias, rencillas, pequeños odios, etc… No hay cosa más incómoda, para uno mismo y para los demás, que un “ego” insatisfecho. Eso es más doloroso que un pie en un zapato pequeño.

  

Por eso los compañeros ideales son esos chicos/as individualistas, que van a lo suyo, llegan los primeros por la mañana a la oficina, trabajan canturreando por lo bajini. Se pasan la jornada curra que te curra, de buen humor. No critican a nadie y transmiten un buen karma. Si todos hiciéramos lo mismo la oficina tendría una alegría de patio sevillano.

   

Nunca olvidaré a un compañero de estas características, un chaval con buen rollito, un currante por demás, que cada mañana cuando salía a desayunar me rogaba que atendiera su teléfono. Lo gracioso es que cada día lo hacía en un idioma distinto, para terminar siempre en castellano.

 

- Please, ¿do you want to take my telephone while I´m having breakfast?... y le dices que yo le llamo.

 

  A veces lo decía en francés o en alemán,  incluso a veces en latín  y entonces terminaba en valenciano:

 

  - Ego capere jentaculum, frugalis collatio, telefonus capio… Y le dius que yo li tocaré… ¿vale? ara vinc…

  

  Y desde luego no puedo dejar de admirar a esos compañeros que después de haber trabajado durante 50 años sin descanso, una vez jubilados se presentan una mañana en nuestras oficinas de JUBICAM, sonrientes y dispuestos a quemar las últimas energías vitales y le dicen a los compañeros: -¡ Nada hombre…! si queréis os echo una mano.

 

  Claro que siempre existirá el compañero XXL, que no pudiendo sujetar bien las dimensiones del ego, hace lo mismo que el anterior pero dice: “¡Yo quiero ser Presidente!”

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