Los viejos olmos del parque
se retuercen, malheridos.
Sus troncos, otrora fuertes
aparecen, ahora, hendidos
por sendas heridas de muerte
que su fin han decidido.
Entre sus ramas gorjean
y anidan mil pajarillos
que, en primavera, renuevan
con gran trabajo sus nidos,
para criar vidas nuevas
sintiéndose protegidos.
A veces nos molestan los árboles;
¡ensucian las calles sus hojas!.
Y, aunque en verano nos cubran
con fresca, agradable sombra
¡somos con ellos tan crueles!,
parece que nada importan.
En invierno se desnudan
para brindarnos calor;
sin sus hojas, todo se inunda
con los gratos rayos del Sol,
que nuestros huesos alivian
mitigando así el dolor.
Entonces, ¿por qué no los amamos?,
¡tantas veces los maltratamos!
Sus ramas arrancamos
y, a falta de cosa mejor,
en su corteza grabamos
nuestros locos sueños de amor.