Índice de Documentos > Boletines > Boletín Junio/Julio 2012
 
______________________________

Cariño Infantil

Gaspar Llorca Sellés ____________________

 

 

 

 

El tío Rufete tiene un can chiquitín curioso y entrometido que mete su hocico en toda cosa que osa distraerle. Astronomía se aplica en las noches claras y rasas y sentimiento rebosa lo que en el cielo posa como las Osas, la Mayor y la Menor, y las ositas que son lucecitas que en él brillan, con todo lo cual le convierte en un osado. Maravillado queda al descubrir la estrella, olerla quisiera y su morro queda entre el deseo y la espera.

     Al chiquitín le han bautizado de nombre Blavet por el celeste de sus ojos que miran con interrogación, lo que hace suponer que aprende con pasión. De sus amos, el más querido por él es el niño, pues le enseña cosas tiernas y juntos asimilan sentimientos de corazones heroicos incluidos los humanoides. En ese reparto equitativo dio muestra un cercano día, que el primogénito contó, (interrogación)  ya por referencia ya por intuición:

     Un hombre mayor de pose modesto pues sus vestidos no alardean, camina cansino e inseguro y en mano un envoltorio algo minúsculo. Directo e ilusionado se dirige a la plaza del pueblo y tras sortear coches, motos y viandantes, llega salvo a su destino. Largo y escabroso camino en trayecto tan corto. Busca la posada jubilar, ocupando el banco azul desde donde por derecho se ejerce la defensa de las bondades que se han acumulado en la longevidad; de ahí su mirada complaciente y piadosa a esas vidas presurosas que circulan pidiendo paso para acercarse a la meta que él ya dejó.

     Vencido su cansancio y con permiso de su quejumbroso chasis, se levanta de momento, y a la sombra de aquellos frondosos árboles urbanos esparce lo que envuelto en la mano llevaba, que era un mendrugo, pan sobrante y seguramente reservado. A continuación  lo pisa con más pasión que presión, para migarlo y servirlo. Satisfecho, vuelve a su observatorio a la espera del desenlace de su proyecto.

     En todo este proceso de proyección, -dice el narrador-, Blavet, el entrometido perrito, observador desde el balcón, no para de mover el rabo y dar saltitos alegres; y es que le complace con demasía el revuelo de los gorriones sobre aquel festín, en el que aterrizan y picotean juguetones y agradecidos. Y con el hocico empuja al amo y amigo a que vea y participe en lo que le causa tanta dicha.

     De pronto,  su alegría se transforma en furia y se vuelve agresivo y ladra, ladra protestando, busca la salida a la calle, se rebela ante la injusticia, su corazón limpio no sabe de leyes ni normas, solamente ve una ilusión rota, un pisotón a lo sublime, un menosprecio a aquella caridad pobre pero bendita, forjada y preparada con tanto esfuerzo y cariño.

     Sí, una escoba municipal irrita y descompone la placidez del justiciero can. Con impulso suicida lánzase al vacío donde un misterio le amortigua el golpe, y con furia leonina ataca a la barrendera mordiéndole aquel manojo que recoge las migas, ladrando con ímpetu y valentía. La reacción del humano que la maneja la dirige con fuerza a su hocico que parte y más a su pequeño cuerpo que aguanta caído pero aún rebelde.

     El señor originario del suceso, y digo señor no por su porte y sí por sus acciones, abandona la tribuna con rabia contenida, recoge al animal maltrecho y lo entrega al niño lloroso fraseándole: guarda este tesoro de sentimientos y cuida que lo cotidiano no le destruya su quijotismo.

Volver