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______________________________ a corazón abierto

"No se nace hecho, vase uno perfeccionando"

Demetrio Mallebrera Verdú ____________________

 

 

 

 

Aquí puede haber división de opiniones, pero el asunto ya viene de la época de Cicerón, muy usado, defendido y traducido directamente por Jaime Balmes en el famoso “El Criterio”, por poner un ejemplo erudito, pero es que la frase de Gracián, en su “Oráculo manual y arte de prudencia”, va de lleno al asunto al afirmar sin asomo de dudas que “No se nace hecho, vase cada día perfeccionando la persona, en el empleo”. Nos hemos encontrado la frase reutilizada así, pero da la impresión de estar inacabada. Podríamos atrevernos a intentarlo: ¿“En el empleo” de qué?, sería nuestra pregunta, y la continuidad podría o debería ser: “en las artes humanas”. Porque la idea que estamos queriendo transmitir viene precisamente de ahí: Se aprende a ser persona. Que no se piense que es fruto de una casualidad; sencillamente observamos con toda naturalidad que el cuerpo crece, eso es patente a simple vista y no se puede ocultar. Lo que ocurre es que, simultáneamente, el espíritu “se cultiva”, y eso solo se ve en las notas del colegio, en la forma de emplear el tiempo libre, en los gustos muy personales que se tienen, en las aficiones y en lo que menos se ve: en el interior de la persona que se es, todo un cúmulo de actitudes que no son tan fáciles de demostrar salvo la sutil mirada de preceptores y tutores.

     Esas “artes” son como la musculatura del alma, no están para mantener nuestro cuerpo físico sino para perfeccionar nuestra calidad como personas humanas. No hablamos de esqueletos, de huesos, de arterias, sino que proclamamos en voz alta las sacrosantas palabras verdad, belleza, justicia, bien, amor. Ahí es nada. Eso sí, la sabiduría, la virtud, el sentimiento, sólo se pueden mantener activas si viven en alguien. Como dirían los “modernos” no es pura química, que no; ni siquiera es suficiente que las conservemos en libros, películas, soportes digitales, bajadas de internet, pendientes de la venidera “tempestad de partículas” o del último e ingenioso virus virtual que se los cargue. La cultura humana tiene que estar dentro de cuerpos vivos para estar activa, incluso para expandirse. Lo que ocurre, quizás por desgracia, es que el cultivo del espíritu en sus distintas facetas, es un arte para minorías, cualificadas si quieres, pero integradas por pocos. Juan Ramón Jiménez las llamaba la “inmensa minoría”. Nos puede parecer chocante que diga “inmensa” a lo que ya es minoría, pero es que resulta que tiene un efecto multiplicador además de cumplir un papel vital para toda la humanidad. Creo que tenía mucha razón Gracián al afirmar: “Péganse los gustos con el trato y se heredan con la continuidad; gran suerte comunicar con quien la tiene en su punto”. El gusto se despierta con el pacto.

     Las distintas artes de la cultura humana hacen el resto. Sólo hay que apreciar a quienes dominan la inteligencia y la palabra, a quienes valoran cualquier gusto artístico, a esas multitudes que se emocionan con su sensibilidad musical y a tantos y tantos que le encuentran un “ángel” al estilo y la presencia, el saber ser y estar. Podemos sentirnos tranquilos si se usa como conducto la virtud del amor y la imitación de lo excelente. Por otra parte, es preciso reconocer que muchas de estas bellas cosas llegan a nosotros por el necesario (y poco obligado en la docencia) cultivo de las humanidades, esos saberes que contribuyen más directamente a que el espíritu adquiera “forma humana”. Quien se ha acostumbrado a considerar las grandes cuestiones que nos acontecen encuentra en todo un motivo para reflexionar y exponerlo, tras digerirlo, al uso y difusión hacia los demás, convencido de que la cultura es un servicio a la humanidad; es tener para dar y ser así todos más humanos.  El humanismo llama a la puerta y lo que aporta ha de desarrollarse entre el orden y el equilibrio.

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