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El bosque silencioso

Francisco L. Navarro Albert ____________________

 

 

 

 

Si este escrito llega a tus manos significa que podrás saber mi aspecto físico cuando lo escribí, e incluso apreciar la ropa y objetos personales que llevaba en el momento. Tal vez puedas, incluso, llegar a confirmar mi identidad a través del ADN. Sin embargo, no podré decirte una sola palabra, por lo que intentaré volcar aquí, al menos, la historia del suceso que me llevó a esta situación en que me encuentras.

     Estaba en un bosque literalmente cubierto de vegetación. Los pinos eran de una altura considerable, pero estaban primorosamente cuidados; se les había despojado de todo el ramaje hasta una zona tal que fuera imposible la transmisión del fuego en caso de un hipotético incendio. De igual modo, no existía maleza, pese a lo abrupto del lugar, pues las continuas y cíclicas actuaciones del personal de los pueblos cercanos impedían su proliferación, por lo que tan sólo una alfombra de pequeñas hierbas aromáticas tapizaba el suelo.

     Cada paso que daba era como una revolución de esencias, donde tomillo, romero, lavanda y otras hierbas aromáticas estaban como esperando que alguien las rozara para esparcir su fragancia, mientras mariposas y otros pequeños insectos revoloteaban, molestos, al sentirse apartados de su descanso. Recorrí el bosque de extremo a extremo recreándome en la solemne majestuosidad de los troncos, en el verdor de las copas, sintiendo, a veces, como mis pies resbalaban sobre las puntiagudas hojas de pino que el viento había hecho caer. Había setas de cardo, de pino, rovellons y otras variedades desconocidas que ni siquiera me atreví a tocar, por temor a las desagradables consecuencias en el caso de que no fueran comestibles. Aquí y allá se observaban capas de suelo levantadas, indicando que algún animal salvaje de la zona se había entretenido no hacía mucho buscando insectos para alimentarse.

     Cada vez que atravesaba un claro del bosque notaba el influjo de un sol implacable que parecía querer infringirme castigo por mi osadía al invadir aquel reducto de paz y silencio.

     No tardé mucho en sentirme cansado, por lo que me pareció conveniente sentarme a la sombra de un gran pino cuyo tronco, en el que me recosté, estaba jalonado de pequeñas heridas por las que minúsculas gotas de resina semejaban, al recibir los rayos de sol, doradas perlas que cubrieran su tosca corteza. No me importó que la camisa se manchara de esa resina, tal era la sensación de placidez que me embargaba.

     Saqué de mi pequeña bolsa papel y lápiz con ánimo de escribir algo sugerente, algo que me permitiera recordar la belleza del lugar, el aroma de los pinos, el perfume de las hierbas aromáticas cuando volviera al tráfago de la ciudad, con sus humos, ruidos, colas para el autobús…; donde el silencio y la soledad no venían de la calma y la paz del bosque, sino de la indiferencia, de la individualidad, de no querer saber nada de la vida del otro…

     Ni siquiera recuerdo que me venciera el sueño; tan solo recuerdo vagamente haber intentado acomodarme mejor al tronco del pino y, al hacerlo, notar la sensación de estar sujeto por algo. Tal vez era parte de esa imaginación que hace que soñemos cosas extrañas y, a menudo, totalmente absurdas.

     Cuando desperté, advertí que la sensación de inmovilidad era real. Mis esfuerzos por cambiar de posición eran vanos. Intenté encontrar la razón y comprobé que una especie de río de resina estaba recorriendo mi cuerpo, cubriendo el torso y las piernas, dejándome apenas capacidad para mover la cabeza y las manos, entre las que sostenía este papel y un lápiz.

     Una urraca enorme estaba a escasa distancia, mirándome curiosamente, como si pretendiera adivinar qué hacía yo en aquel lugar y situación. Repetidamente se acercó a picotear un tubo de plástico próximo a mi mano. Comprendí que era inútil intentar liberarme de aquella resinosa prisión. Intenté llamar la atención de alguien con mis gritos, pero  nadie respondió a mis llamadas. Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando me percaté de lo siniestro de la situación. ¿Qué podía hacer?

     De manera febril, a continuación de mi artículo, comencé a escribir estas notas mientras advertía que, paulatinamente, mis movimientos eran más y más reducidos… Una parte de mi cabeza ya estaba inmóvil… Apenas quedaba tiempo para nada… Terminé con dificultad; a duras penas enrollé la hoja de papel y conseguí introducirla en un tubo de plástico brillante que tenía junto a la mano.

     NOTA DE PRENSA EN EL AÑO 2180: Los cambios climáticos ocurridos al inicio de siglo pasado, junto a movimientos telúricos produjeron grandes cambios en la fisonomía de algunas zonas del planeta así como la desaparición de especies de vida que ha sido posible conocer al haber encontrado en el fondo de un lago desecado restos de una masa forestal entre la que había un ser humano, cuya antigüedad se cifró en unos doscientos años, en un sorprendente estado de conservación debido a que estaba totalmente integrado en un enorme bloque de una materia que resultó ser resina de pino.

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