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______________________________ a corazón abierto

"Cultivar y adornar el espíritu"

Demetrio Mallebrera Verdú ____________________

 

 

 

 

El gran humanista valenciano Juan Luis Vives pone en boca de Grinferantes, en su conversación con Budé, en los “Diálogos” (XXV) la siguiente reflexión: “La persona debe esforzarse en cultivar y adornar el espíritu con conocimiento, ciencia y ejercicio de las virtudes, de otra manera el hombre no es hombre sino animal”. Qué empeño en complicarnos la vida, ¡eh! Pues no se ha dicho nada que no se supiera desde los primeros filósofos, incluidos los orientales, ya que el viejo Confucio también insistía en lo mismo en su libro del Lun-Yu o comentarios filosóficos -un filón de sabiduría mezclada con bondad- al decir “cuatro cosas enseñaba el Maestro: literatura, buen comportamiento moral, sinceridad y lealtad”. Seguimos hablando de esas cosas que se producen, no sin esfuerzo, en esa parte que llevamos oculta por dentro, el espíritu, que hemos de hacer evolucionar en auténtica humanidad vía cultura y educación. Por citas no vamos a quedarnos cortos si queremos acercarnos al tema de hoy y que estamos al punto de descubrir. Se atribuye al erudito romano Aulo Gelio lo siguiente: “Los que hicieron la lengua latina usaron adecuadamente la palabra “humanidad” (…) para decir lo mismo que los griegos llaman “paideia”, y nosotros erudición y educación en las buenas artes; ésas que sinceramente desean y apetecen los que son máximamente humanos”. Estamos ya tocando la hoy tan deseada excelencia.

 

     El humanismo no nos serviría de nada quedándose en mera teoría, por muchas palabras bonitas que se le atribuyan; al menos debe encarnarse en una imagen creíble. No, por favor, que no sea un guarismo ni un limitado símbolo, que eso nos llevaría a perdernos otra vez en el inabarcable universo de lo científico, ni tampoco en los enigmáticos atolladeros de la psicología, ni mucho menos en los inmensos pantanos de la lingüística, ni siquiera, aunque lo rocemos, con la sociología, por muy llenos de lucidez que, como isletas o puentes, se nos presenten. Necesitamos un retrato claro o una foto elemental que nos haga accesible esa idealización de modo natural, como quien anda en busca de perfección cultivándose. Será difícil pero es lo que nos dice la experiencia y la vida: somos cuerpo y espíritu. Y en esta figura, que somos cada una y cada uno, cada cual con la suya, guardamos el cofre de nuestra esencia como persona, lo que nos da valor, y aunque sea preciso custodiar esas diferencias que nos hacen distintos unos de otros, podríamos atrevernos a explorar esa cavidad secreta que, como se ha dicho siempre, tiene tres grandes dimensiones o áreas: inteligencia, voluntad y afectividad.

 

     Cada uno de estos espacios está llamado a ser educado. La inteligencia, por serlo y para serlo, necesita apoyarse en método y en sabiduría (1º, idea general del mundo para plantearse las ideas cardinales sobre el sentido de la vida; 2º, criterios morales y éticos para guiar la conducta, y 3º, conocimiento de lo humano, de sus motivaciones, sentimientos y reacciones). Ninguno de estos tres campos referidos a la sabiduría interna puede suplirse con información procedente de los avances científicos. Después hemos puesto la voluntad que es la más libre de las tres. Se nota que va a su bola, por eso algunos la llaman simplemente “corazón” o “virtud”. Pero eso es mayor motivo para tenerla amarrada exigiéndole un poco de orden, un tanto de disciplina, un punto de honestidad y una escala de prioridades. La afectividad se refiere a la capacidad de actuar. Ahí nos vemos o nos dejamos ver. Un resumen de las tres capacidades podría ser: la inteligencia descubre las cosas y las maneras; la experiencia, las selecciona, y el ingenio las perfecciona o las adorna como nos había insinuado al principio Juan Luis Vives. La acumulación de estos puntos conforma la cultura y la humanidad personal.

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