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______________________________ a corazón abierto

Ser feliz con esfuerzo hábilmente dirigido

Demetrio Mallebrera Verdú ____________________

 

 

 

 

Vamos a atrevernos a dar otra asomadita por el ancho campo de la inexistente o utópica felicidad (sea instante o estado permanente) que, al menos, es palabra ambiciosa que pretende y promete mucho según nuestra civilización. Y es que un filósofo contemporáneo ha explicado muy bien aquel famoso libro de autoayuda (cuando aún no estaba de moda ese género) titulado precisamente La conquista de la felicidad (año 1930), que escribió a sus 57 años el ínclito profesor británico Bertrand Russell (1872-1970), premio Nobel de Literatura en 1950, probablemente por su forma analítica de ver la filosofía, en cierto modo cuadriculada y científica puesto que él era, además, un catedrático brillante de matemáticas. Sus escritos y su forma de ver la vida le congració la simpatía de los jóvenes, y es de resaltar el verle fotografiado en las sentadas antibélicas tan propias de los años centrales del siglo XX. Cuando escribió ese libro, digamos que “de consejos”, Russell puso ya en el prólogo algo tan atrayente como “he escrito este libro en la creencia de que mucha gente desgraciada puede ser feliz mediante un esfuerzo hábilmente dirigido”; nos hablaba ya de poner inteligencia y talento en nuestras obras y pensamientos. No engañaba con la advertencia pero su amenidad le ayudó a llegar a muchos.

      En hombre de negocios –decía- encontrará infelicidad en la lucha por la vida, pero eso es un juego de palabras, una falta de sinceridad, una falsedad, porque “por la vida” luchamos todos, él también, pero eso no da ni quita felicidad; en cambio la lucha por el mérito sí, y eso está exigiendo el entrenamiento, la competencia y el combate hasta lograr ser vencedor; pero lograda la victoria tras tanta voluntad y tanto esfuerzo, ¿no se produce un vacío porque el descanso mismo siente una especie de relajado envenenamiento y de falta de sosiego? “Nuestro ideal equilibrado de la vida debe tener una parte de goce santo y apacible”. Por eso uno de los factores que producen desgracia es, sin duda, la envidia, una peculiaridad que hace daño y lo hace siempre que puede con impunidad. La envidia, al final, puede ser incluso expresión de un dolor heroico que lleva a veces a coger caminos a ciegas en la oscuridad de la noche que suelen traer malas consecuencias. Al llegar a una meta propuesta el ser humano tiende a ensanchar su corazón como se ha empeñado antes en ensanchar su cerebro. Pero cuidado en este momento, puesto que suele aparecer lo que el autor denomina “manía persecutoria”, dando por hecho que ahora surgirán unas ansias de recompensa y reconocimiento porque es lo que se ve con entusiasmo como un signo universal de las personas felices.

     Ahora puede llegar (porque mientras tanto ha estado buscando su sitio) el desamor (la persona no querida hace esfuerzos para ganar afectos por medios excepcionales de bondad), o ese esconderse en uno mismo para vencer malos o inútiles pensamientos y estúpidos aburrimientos. El trabajo nos da orden en la vida, espera ilusionado el día de descanso, proporciona oportunidades, permite ejercer aptitudes y es algo que, de cualquier modo, se hace visible positivamente; y lo mismo pasa con el cobijo en una creencia y en la familia. Esto es tan actual y dice tanto que la felicidad es imposible sin un credo supuestamente religioso, y que la familia sea una afirmación rotunda donde el cariño de los padres por los hijos y de estos por aquellos sea algo capaz de constituir los más importantes “motivos de felicidad”, igual que un conflicto entre padres e hijos es una desgracia para ambas partes. Acabemos: El mejor tipo de afecto es el recíprocamente vitalista. Recibir el cariño con alegría y darlo generosamente, tanto en línea ascendente como descendente, nos muestra el mundo más interesante por estar embebido de esta felicidad mutua.
  

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