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La opulencia de los Bosquimanos

José A. Marín Caselles ____________________

 

 

 

 

Los bosquimanos son un pueblo primitivo que habita en el desierto de Kalahari, al norte de Sudáfrica, entre Bostwana y Namibia. Viven de la caza y la recolección de semillas, frutos y raíces de la tierra. Trabajan lo justo para cubrir sus necesidades que con frecuencia no llega ni al 20% de la jornada y dedican el resto del tiempo al descanso, ocio, organización de la “casa” y relaciones en la comunidad. Todas sus necesidades básicas están cubiertas. Su organización social es “en bandas[1] y cuando los recursos escasean en su zona, se desplazan a otra más alejada y después a otra. Son polígamos y viven en comunidades de entre 50-150 personas una especie de comunismo primitivo en donde los bienes, como las mujeres, circulan libremente y se castiga al que pretende apropiarse de algo en privado. Todo es de todos. Observan respeto y consideración hacia la mujer. Desde alguna tribuna se les atribuye el ADN más antiguo de la tierra. Adam Smith les pone como ejemplo de pobreza en el mundo. ¿Es correcta esta sorprendente conclusión? Según se mire.
 
    En su libro “Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones”  Adam Smith define la riqueza en relación con la abundancia de cosas necesarias para la vida. Esta es la conclusión del credo religioso del liberalismo económico clásico: la división del trabajo genera eficiencia y más producción. A más producción más abundancia de bienes, más riqueza y más necesidades atendidas. Después el libre comercio y el mercado ajustarán precios por la oferta y la demanda. “En las sociedades de cazadores recolectores existe mucha igualdad y todos trabajan pero hay poco comercio y división de trabajo. La consecuencia es que son pobres”.


     Marshall Sahlins, antropólogo americano de prestigio, introduce el concepto de satisfacción. Define necesidad como “la sensación de carencia unida al deseo de hacerla desaparecer”. “La abundancia es la línea más corta entre necesidad y satisfacción”.
[2] Esa línea se puede acortar de dos formas: por arriba, mediante el modelo de A. Smith, esto es, produciendo mucho y trabajando mucho, para dar satisfacción a muchas necesidades (sociedad británica), o por abajo, siguiendo la sugerencia de Sahlins, trabajando poco porque las necesidades a satisfacer son pocas (bosquimanos). “Las necesidades, y la pobreza como necesidad más primaria, aumentan con la evolución de las culturas”. En los cazadores recolectores la distancia entre necesidad y satisfacción sería inexistente. Tienen todas sus necesidades primarias cubiertas: alimentación, habitación, relaciones, sexo… y existe mucho tiempo libre. Son felices.


     Las necesidades humanas han ido aumentando con la creciente complejidad social y cada vez resulta más difícil acortar la línea que separa necesidad de satisfacción.  La propuesta de A. Smith descuida dos aspectos: uno, incluso en las naciones más ricas y desarrolladas innumerables ciudadanos ricos y poderosos conviven con la existencia de importantes bolsas de pobreza que revelan una lacerante injusticia social.  Dos, deja sin definir cuáles son las “cosas necesarias para la vida”. La respuesta a la primera la deja solo enunciada: “Habrán desigualdades porque algunos trabajarán poco o nada y los beneficios del capital tenderán a apropiarse de los beneficios del trabajo, pero también habrá un gobierno y ninguna sociedad en la que exista pobreza y miseria puede ser floreciente y feliz”. Sugiere que la sociedad y el Estado no tolerarán situaciones vergonzosas de pobreza. Erró en su diagnóstico. Es más, ambos conceptos, riqueza y pobreza, están relacionados, van de la mano. Pobres e indigentes han existido siempre y no era problema, pero sí lo es cuando surge la “conciencia de pobre”, muy al final del siglo XVIII, con la aparición de los procesos de enriquecimiento de “los otros”, en la revolución industrial. La riqueza ajena nos revela la indigencia propia. Es a través del “mundo de los otros” como adquirimos conciencia de lo que somos. Antes de esa etapa lo que existía era una condición natural del hombre, un destino entendido dentro de los “designios de Dios” que cada uno debía aceptar con resignación y paciencia. Cada persona nacía con una condición: libre o esclavo, gobernante o súbdito, militar o religioso. Poderoso o humilde.


     Respecto a la segunda, la necesidad es un concepto cultural, no universal, con umbrales distintos en cada sociedad. Hay necesidades vitales y necesidades adquiridas, ficticias o virtuales, pero que la cultura y los usos sociales, acrecentados por la publicidad, convierten en ineludibles e imprescindibles. La sociedad británica de A. Smith, la potencia colonial más rica de la época, no necesitaba, porque no los conocía, la lavadora, el teléfono móvil, la televisión ni el P.C. Nosotros no podríamos vivir hoy sin ellos y nuestros hijos menos. La abundancia de cosas materiales no conduce inevitablemente a la satisfacción, al bienestar, como sugería A. Smith. Menos aún si se consiguen a costa de producir más trabajando más y renunciando a tiempo de ocio, familia, relaciones, etc… porque las aspiraciones humanas son infinitas y los medios para conseguirlas son limitados. Por eso aparece la frustración y el desaliento. Ni la utópica posesión de todos los bienes materiales imaginables sería suficiente para calmar los deseos, los anhelos del espíritu, las necesidades del alma, que hablan de afectos, de autoestima, de comprensión, de equilibrio y cuyas carencias generan ansiedad, depresión. No eran cosas materiales lo que necesitaba Elvis Presley cuando se sumergió en un mundo de tinieblas en busca de ilusiones nuevas. Cristina Onassis, heredera del hombre más rico de Europa, nadaba en la abundancia pero le pesaba más la opulencia de la vida que el vacío de la muerte y por eso eligió la muerte. ¿Qué más cosas podían necesitar los reyes del rock, llamados el “Club de los 27”, Jimi Hendrix, Jim Morrison, Brian Jones, Janis Japlin o Kurt Kobain para preferir las drogas como batelero alucinado de su viaje, que confundió su Ítaca personal con la muerte? ¿Que le faltaba al rey de la música reggae y del movimiento rastafari Bob Marley cuando el dinero y el éxito se revelaron incapaces de aportar esperanza a su vida mientras ésta se apagaba? ¿Qué buscaban?  –Razones para vivir, encontrar sentido a su vida, su salvación a mitad de camino entre llegar a un lugar y escapar de otro. Pero el secreto estaba en su interior y la soledad y la angustia de su alma le impedían reconocerlo.


     La emulación (legítima) por las clases humildes de los ritmos de vida de la burguesía adinerada y el hastío de esta cuando alcanza la saciedad, incrementa cada día la lista de necesidades ficticias que nos hacen confundir el tener con el ser. Se pretende ser más teniendo más. Voracidad siempre insatisfecha que acaba a veces devorando al propio individuo, ambicioso insaciable, al sentirse extraviado en el mundo en busca de su identidad… hasta descubrir que las carencias están en su interior. Después de miles de años, ¡cuánto camino ya recorrido habría que desandar para identificar nuestras auténticas necesidades vitales y saber prescindir de las inventadas! No eran pobres los bosquimanos. Tenían todo lo necesario para vivir, trabajaban poco y disfrutaban de mucho tiempo de ocio. Vivían en una sociedad opulenta.




[1] Organizaciones sociopolíticas: Bandas, Tribus, Jefaturas y Estados, por orden de antigüedad y de menos a más complejidad social y política.

[2]  Marshall Sahlins,   Economía de la edad de piedra. Akal, 1987.

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