El año anterior -1984- había sido el de elecciones al Parlamento Europeo, asumiendo en enero siguiente Jacques Delors el cargo de presidente de la Comisión Europea, lo que supuso un impulso histórico del proyecto que anunciaba la incorporación de España y Portugal a la Comunidad en enero de 1986.
Esto le llevó a Oliver a pensar en reproducir aquel original para regalo navideño. “Toni, tú que conoces el mundo de las grandes imprentas… ¿quién nos podría reproducir este libro?” Mi respuesta fue clara: “En la Caja tenemos los mejores profesionales de Alicante, seguro que lo pueden hacer”. Fruto de aquella conversación se llamó a Miguel Hortelano y el proyecto de reproducción se puso en marcha, en tamaño algo reducido, pero recogiendo calidades de papel, tintas –oro incluido-, encuadernación, estuche… dignos de un monasterio medieval. Creo recordar que se editaron 900 ejemplares, cien de ellos numerados, que fueron los remitidos a autoridades y consejeros. En su producción intervinieron, si no recuerdo mal, Antonio “el Dalí” que hizo maravillas en el cuarto oscuro, Juan Antonio Heredia y Pascual Mira, entre otros. Todo en el “sotanillo” de la calle Portugal.
Cuando llegó la Navidad Oliver me envió un ejemplar, supongo que como a otros muchos ejecutivos de la casa. Meses más tarde, el 31 de octubre de 1986, optó por jubilarse –acababa de ser publicada la LORCA, la nueva ley sobre órganos rectores, y me temo que la anunciada presencia de políticos profesionales no le apetecía nada-, y el Consejo de Administración decidió regalarle el original. Cuando pusimos en marcha el Proyecto Raíces de la CAM encontramos los fotolitos usados para su impresión, una curiosidad para los expertos.
Hace años me ofrecieron por el mío 150.000 pesetas. Ahora he visto uno a la venta, por internet, a 95 euros, un precio miserable para el esfuerzo que se hizo. En fin, también las preferentes de Caja Galicia, las acciones de Bankia y del Banco de Valencia, las subordinadas de Erosky y las cuotas participativas de CAM valían lo suyo, y mirad en lo que han quedado.
Tres siglos y medio después sólo cabe esperar que ni España ni Europa sigan el mismo y descendente camino de depreciación.