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Más madera

Antonio Aura Ivorra ____________________

 

 

 

 

La ley, en su majestuosa equidad, prohíbe tanto a ricos como a pobres
dormir bajo los puentes, mendigar en las calles y robar pan'

Anatole France
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“T
odos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Estas son las primeras palabras de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero TARO ASO, desbocado ministro del Japón, entiende que eso es una lacra, una inmoralidad intolerable por gravosa.

A partir de cierta edad, según él, dignidad y derechos son difíciles de mantener, costosísimos para el erario público. Con ese discurso, del que se hizo eco la prensa española allá por el mes de enero pasado, el ministro ASO se atreve a decir en un país tradicionalmente reverencial con los ancianos, que los viejos deben acelerar el paso para morirse porque son una carga fiscal. Es un ministro de economía que provoca mucho ruido en sus decires, que vienen de tiempo atrás. No atina; pretende enmarañar la certeza de un futuro ya próximo repleto de mayores o muy mayores crónicos, sí, de larga duración, y corregirla incitando al paso ligero hacia la muerte. Y claro, suscita pasiones.

Otros ministros más cercanos a nosotros caldean el ambiente tanto como aquél con hechos terminantes, ornamentados, eso sí, de verbo brillante, políticamente correcto e intencionadamente enmarañado. Al menos al ministro ASO le delata su procacidad y se le ve venir, en contraste con el sigilo de los de aquí.

Pero, ¿realmente somos personas improductivas, parásitas, capaces de provocar la quiebra del sistema? ¿O es la gestión incorrecta la causante del problema, bastarda en ya demostradas ocasiones, por su imprevisión para atender esta contingencia de la “mayoría de edad” que alcanzan cada vez más personas? Pues nada. Parece que pintan bastos: ahora a los mayores se les afrenta. Con ademanes u omisiones se les rechaza o ningunea. Prima la economía, el frufrú del fajo de billetes. ¿Acaso sobramos? ¿Estamos abocados a la exclusión social?

Aunque la humanidad a lo largo de la historia haya aspirado a la longevidad, que va alcanzando paulatinamente, resulta gravosa. Somos incómodos porque vivimos más años, “a costa del erario público”, sin trabajar. Pero sí lo hicimos en otros tiempos. Por eso, armonizar la edad de jubilación a la creciente esperanza de vida es algo que hay que remover y afrontar con sentido, como otros asuntos que procuren una distribución justa de la riqueza. La compasión nos mueve a la caridad pero no suple a la justicia; no puede olvidarse el viejo aforismo romano “El abuso no es uso, sino corruptela”, que exige a gritos regeneración moral y justicia ante el exceso de predadores en lo público y en lo privado, arriba y abajo, a mano armada o con guante blanco.

De otros tiempos, de nuevos retos, surgen nuevas vivencias que en modo alguno deben alterar nuestra razón de ser. Somos personas. Por eso el futuro, muy en contra de las chirriantes manifestaciones del político, tiene que ser esperanzador.

Esperemos que la cordura y el buen hacer de todos impida que se generalice el incumplimiento de la ley a que alude el Nobel de literatura de 1921, Anatole France, que encabeza este comentario. Ni siquiera ignorarla nos exime de responsabilidad. No vayamos a acabar todos bajo los puentes, mendigando o robando el pan, presos de miseria. Así que, alerta. Y nada de pasos ligeros.

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