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PRIMEROS SUBMARINOS

Vicente Ramos
 
            Que el puerto de Alicante, “íntimo y viejecieto, sin Junta de Obras ni palacios argelinos”, tal como lo vio Miró fines del XIX, fue elegido para pruebas submarinas es de una evidencia histórica.
            Así, el acontecimiento que protagonizó la nave tripulada, obra del ingeniero logroñés Cosme García Sáez y que, hastiado por la ingratitud oficial, acabó echándola a pique.
            La importante experiencia se llevó a efecto a las siete de la mañana del 4 de agosto de 1860 ante numerosos testigos y de ella conservamos el curioso relato periodístico siguiente:
            “El señor Sáez, luego de reconocer el aparato y adquirir la certidumbre de su funcionamiento, se introdujo en unión de uno de sus hijos en el barco; cerró herméticamente su entrada por medio de una recia tapa mecánica e inmediatamente desapareció bajo las aguas a la vista de todos los circunstantes que esperaban, angustiados, los resultados de la temeraria prueba.
            El submarino permaneció en el fondo del mar sin tubo ni cuerda ni nada que lo comunicase con la atmósfera, y sus prácticas duraron cuarenta y cinco minutos. Durante este tiempo, el aparato se hizo visible varias veces entre dos aguas, permaneció en otras ocasiones inmóvil; evolucionó en direcciones diferentes, navegó a diversas velocidades y ejecutó virajes completos sin ningún auxilio ni agente exterior. Luego subió el submarino a la superficie del mar y, abierta la escotilla, aparecieron el inventor y su hijo, tranquilos, sin muestra de fatiga o cansancio, revelando la satisfacción que les produjera el feliz éxito obtenido”.
            Dos días más tarde se levantó acta que firmaron el Comandante de Marina, los Gobernadores militar y civil, el Jefe del Estado Mayor de las Baleares, el Presidente de la Diputación alicantina, el Jefe de Obras Públicas, los cónsules de Suecia, Noruega e Inglaterra y otras personalidades.
            La certificación fue enviada al Ministerio de Marina por el Comandante general de Cartagena, quien, en el escrito que acompañaba, declaró que Cosme García Sáez “no solo no halló facilidad alguna para dar cima a sus patrióticos planes de defensa nacional, sino que ni siquiera obtuvo remuneración de los sacrificios pecuniarios que había hecho”.
           
La segunda experiencia científica de esta clase en el puerto alicantino -a cargo, ahora, del submarino Ictineo, construido por el catalán Narciso Monturiol- se llevó a efecto los días 7 y 8 de mayo de  1861  en  presencia  de ministros, directores generales, diputados, senadores, periodistas y

pueblo, y, desgraciadamen-te, como en el caso de Gar-cía Sáez, las promesas que-daron en palabras y Montu-riol hizo público un Mani-fiesto en el que confesaba: “¡Ah! ¡Si los españoles aceptaran la responsabilidad que ha desviado el Gobier-no! ¡Con qué entusiasmo me lanzaría a una empresa que habría merecido la aproba-ción de mis compatriotas y de quienes habría recibido la fuerza moral y el impulso positivo!”
 
Vista general de la ciudad de Alicante a mediados del siglo XIX
 

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