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EL PRESENTE FUTURO

 

Antonio Aura Ivorra

 

El futuro ya no se explora o se predice. Se prepara para que exista. Lo hemos rescatado del arbitrio de los dioses para modelarlo desde el presente. La incertidumbre, difusa, nutrida de perplejidad y repleta de duda, transmuta en riesgo, que es contingencia, posibilidad de que algo previsible ocurra o no ocurra. Esa contingencia entendida como daño es la que, en un sentido amplio, queda definida por la palabra riesgo.

 

Pero, si entendemos que asumirla no es volcarnos a la posibilidad de perder algo, sino a la oportunidad de ganar, se imprime dinamismo a las acciones que nos conducen hacia el progreso. Entender el futuro como resultado de nuestra actividad y no como algo predispuesto, estimula a componerlo.

 

Tal vez esa impresión sea la que movilice o defina la etapa juvenil de la vida, repleta de ideales: Llena de espíritu crítico, es un proceso activísimo de búsquedas: de respuestas satisfactorias al sentido de la vida y de cimientos sólidos en los que sustentar el vivir. Salvo que la absorbente sociedad de consumo apague esa energía en su propio beneficio - que lo está haciendo atenuando el sentido de la responsabilidad, el espíritu de sacrificio, y canjeando con ventaja el “ser”, que es esencia y permanencia, por el “tener”, que es circunstancial y efímero-, la preocupación evidenciada en esa etapa crítica, convenientemente educada, (educar es guiar, conducir, encaminar) constituye  el mimbre con el que edificar el futuro.

 

Crecer en todos los órdenes. Utilizar como recursos las circunstancias optimizando el aprovechamiento de las favorables o cuidándose de las adversas. Vivir. La historia nos recuerda que el hombre nunca ha vivido solo. Convive con sus semejantes. Con una constitución evolutiva no escrita pero que se acomoda a las circunstancias del momento puesto que con ellas y de ellas vive, matriarcal, patriarcal, nuclear, monoparental… sedentaria o nómada, sacramental o civil, contractual o de hecho, la familia, primer refugio del individuo, se integra en una comunidad local, de lugar, que a su vez forma parte de otra de mayor dimensión que se organiza por razones de pasado y de proyectos comunes nacidos de alianzas o de formas de ser y de pensar  compartidos desde “siempre”.

 

No creo que pueda entenderse al hombre como individuo si lo sustraemos de ese su entorno “natural”. Horda y tribu, embrión de futuras organizaciones más complejas referentes de su identidad, son los grupos primigenios en los que se integra el individuo. Sin esa idea de pertenencia el hombre es espurio. Y se integra precisamente para aprovechar mejor las circunstancias aunando esfuerzos y capacidades que los de su entorno llegan a reconocer: ése es el momento que define su individualidad; la idea de uno como ser distinto de los demás pudo surgir con la conciencia individual o colectiva de las mayores o mejores o diferentes habilidades, aptitudes, cualidades de algunos para determinadas actividades respecto de las de otros de su grupo. Por tanto, se precisan los demás para saber quién es uno.

 

Si desde la inconsciencia primitiva hemos llegado hasta aquí por el solo instinto de supervivencia, atribuyendo al azar y a los espíritus la forja del quimérico devenir, ahora que algo conocemos de la trascendencia de nuestros actos y de nuestra identidad individual y colectiva, podemos componer desde nuestra responsabilidad la existencia de un futuro mejor. Con nuestro empeño, el futuro, que ahora no existe, se convertirá en la realidad que deseemos al hacerlo presente.

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