Índice de Documentos > Boletines > Boletín Mayo 2006
 
- EL JARDÍN * RECUERDA
 
Hay, en el jardín, unos soberbios olmos –seguramente centenarios– que prestan su espesa sombra durante el verano y han sobrevivido a diferentes plagas de insectos y hongos que no han logrado impedir el espléndido verdor que nos ofrecen sus copas.

Cuando llega el otoño, a veces paseo bajo estos olmos y, de cuando en cuando, cual si se tratara de copos de nieve, siento como sus hojas arrebatadas por la brisa me rozan y caen al suelo, no sin antes interpretar una danza como queriendo despedirse de su vida aérea.

El suelo del jardín está forrado de albero y ello provoca que no haya, apenas, contraste entre su color y el ocre de las hojas secas del olmo.

A ratos, la ciudad queda en silencio. Entonces, mis pasos –aunque quedos– parece que resuenan multiplicando el crujido de las secas hojas bajo mis pies.

En un rincón, junto a la cerca del jardín, se amontonan las hojas que ha arremolinado el viento y forman un cúmulo dorado que contrasta con el color oscuro de la piedra. También los arbustos se aprovechan de las hojas y las recogen a sus pies, a modo de embozo, como si quisieran resguardarse en las primeras noches de otoño.

Más tarde, ya avanzada la estación, muestran los olmos su desnudez, y sus vacías ramas se elevan, como clamando al cielo, mientras las nubes que anuncian la lluvia se recortan sobre el fondo azul.

Si el día es especialmente desapacible y hay temporal en la costa, bandadas de gaviotas sobrevuelan la ciudad, planeando sobre los edificios mientras se dirigen al interior, donde es posible verlas en los vertederos de basuras picoteando la carroña que sustituye (si eso fuera posible) al fresco pescado de la bahía.

Cuando el sol se oculta tras las montañas, la tarde se llena de sombras. Parece, entonces, que la vida se esconde y no me queda más remedio que acudir a refugiarme al calor del hogar, a ser posible con una buena lectura que haga disminuir la sensación de soledad que me invade.

Sin embargo, no puedo evitar levantar la mirada y, a través de los cristales, ver el jardín iluminado por la amarillenta luz de las farolas y tan solitario como yo me siento hasta que una voz, precedida del ruido de la puerta al abrirse me anuncia el fin de mi soledad.
________________________________________


* RECUERDA

¿Recuerdas como hablamos
ayer, en el camino?
Bajo la mansa lluvia
¿cuántas cosas nos dijimos?

Hablamos de Dios y el amor
y de tí y de mí hablamos.
Hubo algo que nos causó dolor
y, juntos, la llaga cerramos.

Te dije que te quería
y tan cierto de ello estaba
como de la lluvia que caía,
como del viento que silbaba.

A veces, se hacía el silencio
y nuestros corazones hablaban
palabras que, nunca dichas,
en nuestra alma calaban.

Que tú me querías, dijiste.
Ya lo sé, te respondía.
Tu amor era para mí tan cierto
como el agua que caía.

Volver