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  - HACIA FONTILLES: EVOCACIÓN
 
Ondara es panal de carne luminosa, de cuyo corazón partimos en dirección a Fontilles. * (estatua del Padre Jesuita Carlos Ferrís Vila, fundador del sanatorio de Fontilles)

El viaje se realizó una mañana recamada de transparencias. La carretera lugareña serpenteaba por tierras de olivos y viñales. Lento, con suave fluir de plata, el río Girona levantaba el amanecer de su vieja mirada. Río de familias.

El aire se adensa en voluptuosidades. Huertos de naranjos. Beniarbeig, dormido en las márgenes del río, aspira, insaciable, sus propias entrañas olorosas. Muy cerca, Sanet y Negrals, hombro a hombro, escuchándose sus latidos, abrazados al amor del monte Segarria que protege sus espaldas y ampara los humos hogareños.

Calle de huerta, la de Sanet; costanera y abrupta, la de Negrals. A pocos metros, Benimeli tomando el sol en claro remanso hortolano. La plaza, donde se yergue la tostada sillería de su iglesia, semeja vibrar al son del fresco rumor que exhalan las acequias vecinas. Benimeli se entrega al mirar amoroso de los viajeros, tal una flor que soñara en el vergel de su pasado árabe.

No se entretienen los amigos y llegan a Rafol en las mismas raíces del monte Calvario. Sus casas, románticas, buscan su ayer, su memoria, escalando el cerro que se glorifica en la oxidada cruz. Y todas sus ventanas se dirigen a modo de súplica que descansa en el silencio profundo de los cipreses. Calvario triste, cuajado en el éxtasis de su adolescencia. Todo el horizonte es de ceniza y nostalgia: los montes Segarria, Costera Negra y Tosal de Nasio oprimen el azul, ahogándolo. Rafol es un perfecto enigma aldeano.

Se curva la carretera. Bancales de olivos, de frutales, de almendros, y, de súbito, el aliento se Sagra, mirando, incansable los campos dilatados. A su lado, casi a la mano, Tormos, con cíngulo de aceituna, venciéndose sobre los peñascos de Resingles. Sus casas se adormecen en la calentura de un sol de siesta. Pero Tormos será siempre la cuna de un caritativo, ínclito caballero, adelantado en la siembra del amor de Fontilles, de quien escribió Miró: “hijo de un antiguo médico del lugar, que trató cariñosamente a los afligidos de lepra, aprendió de este hombre generoso a serlo, a depreciar los peligros del fiero mal pegadizo, a penetrar en esas vidas miserables.”

Fontilles. Los amigos penetran en aquel singular recinto de dolores; suben a olorosa atalaya de pinares desde donde contemplan parajes e instalaciones. Los enfermos pasean consintiendo que el sol de los montes se pose en las úlceras de sus cuerpos.

Hábitos y tocas: abnegación. Y los voluntarios, personas que abandonaron los regalos del mundo para servir a los enfermos. No temen el contagio. Gran virtud. Almas heroicas sublimadas de amor divino.

Los amigos meditan con el alma en silencio sin apartar los ojos de aquellos leprosos que reposan o pasean al sol, evocando, tal vez, un ayer dichoso o columbrando un mañana feliz de eternidades.

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