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EL REFUGIADO
 
Era la mañana siguiente a la noche del bombardeo.

En la entrada del colegio, niños y niñas contaban sus cuitas de los sucesos acaecidos. “Yo oí la explosión de la primera bomba y me metí bajo la cama”; “mi padre nos llevó en medio del bancal y tendido boca abajo con un palillo entre los dientes estuve todo el rato”; “dice el tío Pere que la vía está retorcida al final del puente y suerte que no ha caído sobre él porque lo habría destruido por completo”; “hoy no volverán”; “no hay mal que por bien no venga ya que nos vamos a vivir a la huerta huyendo de las bombas y me han dicho que por allí no hay escuelas”; “vaya vida que te espera: todo el día jugando”.

–Sabéis, dijo la maestra, hemos tenido mucha suerte ya que la segunda bomba no ha explotado, la han encontrado en un almacén de botas de melvas y es tan grande como una de ellas; si llega a explotar medio pueblo estaría llorando al otro medio, así que vamos a cantar y darle gracias a la Providencia porque no ha ocurrido nada.”
–“Doña: Juanito ha hecho la señal de la cruz”; “Es un cobarde y un beato, oíd sus gemidos”; “¡Viva la República!”; “Mi tío que está en el frente nos vengará”; “Pues mi hermano mayor le ha dicho a mi madre que él se va a luchar, y ella llora que llora”; “¿Cuánto duran las guerras?; “¿por qué se mata la gente?”; “Me ha dicho mi hermana mayor que en las filas fascistas hay moros y que cogen a los niños y los rasgan por la mitad, ¿es verdad?” “No creo que lleguen aquí porque dice mi padre que nos van a ayudar los rusos, y entonces verán esos; “El tío de Jaime es un traidor, pues está luchando en el otro bando y no ve que su hermano está en este otro al igual que toda su familia, aunque la tía Rosa, su madre, dice que un hijo suyo nunca dispararía a otro hombre.”
Bueno ya está bien de comentarios, quiero una redacción de lo ocurrido, los mayores que lo escriban y los más pequeños que lo dibujen.

-Y hoy es día de novedades, siguió la educadora: como habréis observado hay tres caras nuevas, las dos chicas son hermanas, y se llaman Rosario y Libertad; el chico, Enrique; los tres son madrileños y se han venido a vivir con nosotros huyendo de los bombardeos que está sufriendo la capital. Sus padres se han quedado allí y ellos han sido acogidos por familias de nuestro pueblo, así que espero que os hagáis amigos y que vuestra compañía supla la ausencia de sus seres queridos.
Y dicho esto hoy vamos a hacer fiesta y que cada cual haga lo que le venga en gana; el que desee venir con nosotros a la Casa del Pueblo que lo haga, y el que quiera marcharse a jugar por ahí tiene el campo libre.

Vicente y Juan se fueron a entablar amistad con el madriles, que los recibió con cierta desconfianza; pero como no conocía a nadie, ni a sus padres putativos, no tuvo más remedio que admitirlos.
-Soy Juan, y éste es Vicente ¿te vienes con nosotros a jugar al refugio que hemos hecho en el descampado? Verás como te gusta.

-Si invitáis a chicas sí que voy con vosotros, así podremos besarlas y tocarlas. Fue la respuesta que recibieron, lo que escandalizó a los nativos, que, queriendo hacerse los mayores y valientes, respondieron que de acuerdo, aunque un sonrojo les traicionaba.
-¿A quién llamamos? Dinos la que te gusta y nosotros se lo proponemos. A esa que tiene buena delantera, esa rubia, y os buscáis vuestras compañeras; las haremos novias y veréis qué divertido.
Aunque a Juan y Vicente no les parecía muy acertada la propuesta, se pasaba mejor sin chicas, no querían defraudar al nuevo y le preguntaron: ¿Y por qué no invitamos a las madrileñas? que esas son de capital y no tienen tanta vergüenza como las de aquí.
Y así ocurrió, se fueron los tres y las dos chicas al refugio que tenían, que era un túnel bajo un margen bastante alto. Ya en su interior, el dichoso Enriquito intentó besar a Rosario, la que le dio un bofetón bastante sonoro; en cambio los otros dos, avergonzados y tímidos, no hicieron nada, solamente se reían.
Las chicas escaparon y les amenazaron en contarlo a la maestra; ellos permanecieron allí dentro sin hablar, y al final el nuevo se enfadó y los trató de gilis y que con niños babosos no quería relacionarse.

Y siguió solo y huraño; no hablaba con nadie; la maestra decía que era normal, el pobre había sido separado de su entorno familiar, de sus amigos, y se resentía con todo lo que le rodeaba; que con el tiempo se le pasaría; y que debían perdonarle.
Él siguió difícil, y en una pelea le rompió un diente a otro chico, perseguía a los gatos y se le había visto fumar… se hizo amigo de los guardias de asalto y se pasaba horas y más horas en sus cuarteles olvidando por completo el colegio.
Los que hacían de padres se lo reprochaban, pero él seguía en sus trece haciendo la vida que quería; no iba al colegio, llegaba tarde a comer y a dormir, y los pobres, entrados ya en años, lo pasaban muy mal, y, no sabiendo qué hacer, junto con la maestra, lo denunciaron al Comité.
Fue llevado a otra familia, un matrimonio más joven y con ideas nuevas, revolucionarias, y allí al principio estaba como pez en el agua, tenía toda la libertad del mundo, pero cierto día quiso sobrepasarse con la mujer, y el novio le dio tal bofetón que estuvo un día en la cama con la cara hinchada.
Se calmó un poco, volvió a jugar con niños de su edad y se hizo muy amigo de un muchacho y siempre iban juntos. Hubo pequeños robos de los que se les culpó.
La cosa no pasó a mayores, y la amistad siguió a pesar de todos los sinsabores y líos en que se metían, hasta que, a finales de 1938, con poco más de diez años, fue reclamado por sus padres que se iban a Francia.
Y aquí termina la pista de Enrique Oliver de la Casa Real, que esta era su gracia.

Su último amigo es el que escribe esta historieta, y no lo hubiera hecho de no aparecer en el día de hoy, año 2005, en cierto diario, una esquela mortuoria con su nombre:
Enrique Oliver de la Casa Real, 75 años, diplomático. Su desconsolado hijo, su hermano Juan y demás familia ruegan una oaración por su alma.
En Madrid a tal y tal.

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