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Hace poco llamó nuestra atención una noticia procedente de los Estados Unidos que decía que algunos senadores del estado de Carolina del Norte querían quitar los solitarios de los ordenadores de las administraciones públicas. ¿Cómo? ¿Acaso los políticos mentomentodo deseaban perseguir a los ciudadanos huraños, anacoretas o tímidos del censo?
No, no era eso. Se trataba del famoso juego que resulta ser lo más utilizado entre usuarios del pecé en todo el mundo, y puesto que en aquella demarcación los funcionarios le dedicaban nada menos que la mitad de su jornada laboral, pues era cosa que había que corregir.
El caso es que ya veníamos pensando en hablar del solitario segmento de la población que está creciendo como la espuma. Debe ser que la gente se plantea cada vez con mayor asiduidad el viejo aforismo de que más vale solo…
Y a lo que se ve ya empezamos a encontrarle sentido, incluso por razones de marketing, a la propuesta realizada por la ministra de la Vivienda de ofertar pisitos de 25 ó 30 metros cuadrados, que son suficientes para los que desean morarlos en solitario, sin más complicaciones que sobrellevarse a sí mismos.
Y es que hay que tomar buena nota de que ya superan los tres millones las personas que en España viven de ese modo, un 20% creciente de los hogares, y un colectivo que refleja una tendencia que hay que considerar adecuadamente por todo tipo de estamentos.
El personaje solitario no ha estado muy bien catalogado en nuestra lengua castiza, pues siempre ha significado un ser intratable, retraído, esquivo, poco comunicativo, corto, áspero, desdeñoso, insociable. Al eremita o asceta se le podía comprender, aunque ´de aquella manera´; el misógino estaba tremendamente mal visto; y en cuanto al misántropo, con el cuerpo dentro de las convenciones sociales y el espíritu fuera de este mundo, se le tenía por un ´si es no es´, o sea que se le aceptaba porque ya tenía bastante con su drama interno y sus luchas morales, como bien nos lo dan a entender las obras de teatro que llevan ese mismo título (El Misántropo) de Moliére o de Menandro. ¿Quién no ha deseado alguna vez retirarse del mundanal ruido con la que está cayendo, o lo hace temporalmente con alguna reiteración para concentrarse en algo o hacer balance de su vida facilitando así la necesaria introspección? El grupo más numeroso de solitarios españoles lo conforman los viudos y las viudas, seguidos de cerca por los separados y divorciados, y en tercer lugar por los jóvenes emancipados con sueldo suficiente para comprar o alquilar una vivienda y sin ánimo inmediato de compartir la casa o comprometerse en pareja, pues no olvidemos que actualmente los que permanecen solteros son un tercio de los mayores de treinta años.
La tendencia está marcada preferentemente por las ansias de independencia y de autonomía personal, por el modelo de sociedad imperante desde un punto de vista sociológico que relega lo familiar al ámbito privado, y por la perspectiva mercantilizada que apuesta por el individuo como unidad de producción y consumo. Pero este modo de vida no está exento de los problemas lógicos que todo ser humano experimenta en cuanto a afecto y relación con los prójimos, por lo que otra propensión social creciente se va cubriendo con el voluntariado de la compañía y del complemento de las tareas domésticas y arreglos personales, en los que se ha de volver, y aquí con voluntad decidida, a la convivencia y al saber compartir tareas y a comprender sentimientos. Alcestes, el personaje de Moliére arrastra a su vida retirada a su amada Celimena, pero acaba quedándose solo y abandonado; Cnemon, el protagonista de la obra de Menandro, termina volviéndose social. Son las dos salidas, o las dos consecuencias, que tienen los misántropos después de haber experimentado, desde su inconformismo, un mundo muy particular fabricado por ellos mismos y por sus ideales en los que no tenían cabida sus semejantes necesarios.
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