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´J Ó V E N E S´
 
Entre tanta fiesta de Navidad, Fin de Año, Reyes y rebajas donde las economías han quedado maltrechas, uno sigue metido en meditaciones sobre el verdadero ambiente de la sociedad, cada uno en su ciudad o pueblo.

Metidos, igualmente, en lo cotidiano, con frecuencia descuidamos nuestro deber de pensar sobre el sentido de lo que estamos haciendo, en qué marco de referencia histórica merecería encuadrarse, si nuestras preocupaciones y nuestros afanes dejarán alguna huella perdurable y constructiva que haga el mundo más humano, más habitable y más justo.

Qué duda cabe que en esta nuestra andadura los jóvenes tienen ante sí un largo y responsable camino por el que, dentro de unos pocos años, deberán guiar los destinos de esta sociedad plural en la que vivimos. Y a ellos me quiero referir.

¿A qué se llama juventud? ¿A la edad que va de la niñez a la virilidad? ¿Qué es, aparte de los años, lo que define a la juventud? ¿Su encanto, su inseguridad, su inadaptación, su rebeldía, su generosidad…?
Miremos más despacio. Pocos ven hoy encantadora a la juventud y mucho menos generosa. A todos se les trata como si fueran mayores, para lo que conviene, por supuesto, se reducen la edad penal y la mayoría civil. En política siguen sin tener su sitio. Los que mandan, aunque sean de pocos años, no son jóvenes.
¿Quién decide sobre el paro, la educación o la droga? Son problemas de todos; quizá los jóvenes los padecen con especial acidez, pero no saben cómo resolverlos, ni, para resolverlos si es que es posible, se les oye.

No sé, pero entiendo que los jóvenes no saben qué hacer y tampoco qué no hacer. En el fondo, están en manos de los adultos y los acomodados en el peor de los sentidos, como siempre acaso. Y nadie va a levantar un dedo por ellos. Nunca se hizo, pero menos ahora, cuando los jóvenes han dejado de ser la esperanza colectiva, y solo son su propia esperanza. Por eso es comprensible que no ostenten el ímpetu de antes. Poco a poco, sin saber cómo, se han ido reblandeciendo. ¿O sí sabemos cómo? Están siempre cansados, hasta físicamente, de todo.

Les falta el desenfreno vital, que sería su más cierta defensa, y viven compartidos por dos anhelos contrarios: el ser eternamente jóvenes y cumplir cuanto antes cuarenta años.
Porque ven que a partir de ahí se inicia el mando en todo, incluido en los jóvenes. Asimismo, podrán cantar y adorar su propia juventud, su juventud perdida. Los organismos oficiales con frecuencia dedican a la juventud su año como recordatorio.
¿Tan olvidada y tan enferma está? ¿Porque nos ha decepcionado? ¿O para distraerla y darle un premio de consolación? Los jóvenes en años no deben preocuparse, muy pronto tendrán más. Por nada les daría yo un consejo. Sólo, acaso, que hagan lo que, con consejo o sin él, van a seguir haciendo, lo que les dé la gana. Si es que aún tienen ganas, y si es que pueden. La vida no es más que eso.

Entiendo que la juventud necesita una incentivación en sus demandas: empleo, vivienda y formación. En materia educativa se echa de menos la recuperación de la educación en valores, tristemente desterrados, y acentuar su carácter instrumental respecto de ámbitos como la calidad de vida, la convivencia, el medio ambiente…
¿Cuántas veces hemos escuchado la demanda y la queja de nuestros jóvenes? Todo ello supone, en opinión del que esto suscribe, un trabajoso esfuerzo cuyo resultado no se va a percibir de forma inmediata y, por tanto, susceptible de diluirse. Sin embargo entiendo que es de justicia, y que esta sociedad que hemos construido, al margen de otros aconteceres, tiene una deuda pendiente con los jóvenes que, tarde o temprano, tendremos que pagar.

Con mis mejores deseos para todos, incluidos los jóvenes, feliz 2006.

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