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LO DANTESCO
 
Coincidió el pasado verano que una cadena de televisión emitía en su noticiario imágenes aéreas de las zonas quemadas en Guadalajara después del célebre incendio que arrasó parte de sus montañas.

Las emitía al tiempo que un servidor ojeaba el facsímil de una edición española de ´La divina Comedia´ de 1884 que contiene los ciento treinta y seis grabados de Gustavo Doré. Y coincidió que la voz que narraba el paseo en helicóptero desde el que se filmaba un paisaje de árboles chamuscados, de laderas sin verde, certificó que aquéllo era dantesco, término tan socorrido como inexacto cuyos usuarios insisten en ligarlo a desastres.

No eludo que en la obra de Dante existen imágenes que parecen inspirar, con siglos de anticipación, las portadas sensacionalistas de diarios que informan sobre catástrofes, y no eludo que en su primera parte, la del recorrido del poeta y Virgilio por el Infierno, abundan escenas curiosas que algunos se empeñan en ver reproducidas en accidentes de aviación o tras cualquier atentado.
El mismo Doré, el más difundido de sus ilustradores, dibujó condenados consumiéndose en el Infierno, algunos mutilados, otros con el cuerpo medio enterrado. Son éstas las viñetas que más se asemejan a lo denominado dantesco, aunque no todos los grabados de Doré ni todas las secuencias de Dante lo son en el sentido que le atribuyen al término los medios de comunicación y la Real Academia, que también sucumbió a la inercia al incluir en su diccionario la acepción de dantesco que se refiere a escenas y situaciones de espanto.

No seré el primero ni el último en proponerlo, pero habría que brindarle justicia a Dante. Es curioso que su nombre se use sólo para definir lo escabroso y se olvide que dos tercios de la ´Commedia´ –ese es, a fin de cuentas, el título original– transcurren en el Purgatorio y el Paraíso, por lo que tan dantesca es una estampa celestial con ángeles que van y vienen como la foto de un paisaje devastado.

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