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SABIDURÍA, LO ÚNICO QUE HURTARÍA
  Mi buen amigo Quelo me confesaba hace unos días cuánta admiración sentía hacia las personas que hablan sabiamente.

Agradecía a Dios todos los bienes recibidos (salud, recursos económicos, buenos amigos, etc.), pero dijo sentirse pobre de conocimientos. Hijo de familia modesta, no tuvo estudios y empezó a trabajar a sus nueve años. Tal esparcimiento suyo fue rematado con otra confidencia: lo único que hurtaría es la sabiduría.

Me pareció tan elocuente lo de hurtar sabiduría que se me antojó objeto ideal del artículo de este mes que, dicho sea de paso, tenía aún por decidir. Y, viéndome pensativo, Quelo (nombre ficticio) me aclaró: –Es mi modo de transmitir una necesidad muy sentida desde hace años, porque, de ser posible, hurtar sabiduría no supondría desposeérsela a nadie, sino multiplicar por dos los conocimientos de alguna persona admirada, con lo cual mejoraría mi comportamiento en muchos aspectos.
No sé si lo que voy a decir tiene algo que ver con eso que se llama el ser… Es como presentir que uno no deba irse al otro barrio con las manos vacías. Y pienso que, a mis años, empieza a ser hora de ir acopiando merecimientos, porque, si pudiésemos llevarnos algo al morir, tendría que ser eso, sabiduría. Suponte, si no –continuó–, que te presentas allí (miraba hacia arriba) sin nada: te pueden decir, ¡usted, al pelotón de los torpes!, como ocurría antaño en la mili.

Y yo, con la inopinada oportunidad de nutrir mi artículo, objeté seguidamente que lo más probable sería que, al destapar el saco de la sabiduría hurtada, nos lleváramos un gran chasco si no encontrásemos dentro nada aprovechable. Porque nuestra sabiduría se ha formado con aquellas cosas que a uno le sirven, siempre que lleguen en el momento oportuno, porque, de no ser así, no las vemos como solución de nada, y las pasamos por alto. –Veamos si lo he entendido –quiso saber Quelo–. Lo que aprendemos es resultado de comparar lo nuevo que nos llega con lo viejo que ya sabemos.
Pero, en mi caso, al llegarme toda esa información de golpe y sin tener yo previamente los mismos conocimientos que tendría su anterior propietario, en la comparación de lo nuevo con lo viejo, no podría obtener yo los mismos resultados que en su momento obtuvo aquel señor. ¿Es así?

–Algo así tiene que ser; pero has pasado por alto otra salvedad: que los nuevos conocimientos lleguen en momento inoportuno. O más claramente: Nadie puede saber si algo mitiga el dolor si percibe lo que calma el dolor mientras no tiene dolor. ¿De acuerdo?– Y, mi amigo, a su manera, después de asentir, vino a decirme lo que ahora resumiré por razón de espacio: –Lo del saco serían conocimientos que su propietario pudo almacenar en su memoria porque, en el momento de percibirlos, le interesaban, y los aprehendió y de ellos se sirve; pero, esos mismos conocimientos que a él le sirvieron, no necesariamente han de servirme a mí, porque, al compararlos con lo que ya sé o con lo que en ese momento desee, podría verlos como algo inútil.
¿Es así? –Sí señor; así puede ser.

Pero, ahora, al releer hasta aquí lo escrito, percibo lo más admirable en mi amigo: su humildad. Y todo gracias a la oportunidad de este artículo, cuando Quelo no está conmigo. ¿Será que Dios no quiso que la viese antes de que yo lo quisiera? ¿Por qué me propongo ahora de nuevo no querer ver en lo sucesivo más que lo bueno en los demás?

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