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CONVIVENCIA
 
“La necesidad de buscar en la provincia ajena lo que falta en la propia, une en amistad y amor” (Diego de Saavedra Fjardo, ´La república literaria´)

VIVIR, para el hombre, supone recorrer el camino de la vida acompañado de quimeras. Debilitado en sus sentidos, inmerso en la duda, espectador atónito de acontecimientos sorpresivos, cargado de experiencias, de imperfecciones estibadas y afligido, no está solo.
El ejercicio de la razón transmuta su debilidad en fortaleza al encontrarse con sus semejantes: Integrado en horda nómada y patriarcal, o en tribu sustentada por la agricultura y el matriarcado, avanza desde la noche de los tiempos hacia las más complejas organizaciones político-sociales de hoy, superando continuamente entornos hostiles y desarrollando su espiritualidad.

CONCORDIA, dice el diccionario, es “conformidad, unión”; y también “ajuste o convenio entre personas que litigan”: Lo necesario para resolver los innegables conflictos propios de la convivencia. Y digo propios porque el punto de partida del convivir es la libertad. Parte de ella habrá que ceder, pues, por respeto recíproco entre la de unos y otros, para alcanzar ese convenio entre personas que sin duda disentirán en determinados asuntos, pero no hasta el extremo de destruir los lazos que les unen en lo común, en lo afín. Desde las discrepancias llegan las conciliaciones.

Diversidad y pluralismo es lo que nos ofrece la realidad de nuestro tiempo; y vivir juntos, que en eso consiste el convivir, supone el reconocimiento de esa realidad que por evidente no se puede ignorar, ni disimular ni menospreciar. Una buena dosis de aceptación y tolerancia, de respeto por parte de todos –el mismo que exigimos para nosotros-, es lo necesario. La xenofobia y los fundamentalismos, vengan de donde vengan son abusos irracionales que a nada conducen, salvo al visceral renacer, como ave fénix, de la violencia corrosiva e inútil.

Diversidad y pluralismo es pues, por consecuencia, lo que se nos presenta a través de los medios de comunicación, audiovisuales o escritos, procurando en ocasiones su impacto emocional en beneficio de intereses o fines ocultos cuando no inconfesables. Hay que racionalizar esa realidad que se nos expone, delimitar su contenido –la generalización desvirtúa los acontecimientos- e inyectar una buena dosis de optimismo en su interpretación, (las propensiones pesimistas anulan energías) basado en el indiscutible progreso de la humanidad a lo largo de la historia.

La persona es sujeto de derechos y también de obligaciones; de responsabilidades. Sus comportamientos no están determinados. Para que esa “partida doble” de derechos y responsabilidades “cuadre”, educar desde la infancia es el camino. Las influencias del entorno son innegables. Y puesto que somos nosotros quienes lo hemos configurado -también lo que tiene de malo- con nuestra intervención sin duda agresiva, irrespetuosa y áspera en muchos aspectos, habrá que esforzarse en admitir nuevas ideas aportadas desde otras perspectivas y contribuir a modificarlo. Sería un buen ejercicio para la convivencia ¿no les parece?


 

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