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FÓRMULA ALONSO
 
Se apresuró Fernando Alonso a declarar que sus éxitos los debe sólo a cuatro personas.

Acababa de ganar matemáticamente el Mundial de Fórmula 1 y de rebajar el ´record´ de juventud al obtenerlo a los 24 años; acababa de arrebatarle el privilegio a Emerson Fittipaldi, que conservaba la marca desde que en 1972 fue campeón a los 25 años y que, además, forma parte del catálogo de frases recurrentes de nuestro idioma cada vez que alguien sentado al lado del conductor regula la velocidad de éste animándole, diciéndole que está hecho un Fittipaldi, o protestándole con avisos como el de ´frena, Fittipaldi, que nos vamos a romper los dientes´.
El caso es que el piloto asturiano, nada más conocerse campeón mundial –precisamente por correr como un Fittipaldi–, compareció ante los medios mientras la audiencia española, sin caer en la cuenta de que no hace tanto aquí casi nadie era capaz de hablar de la conveniencia de unos neumáticos o de distinguir la ´chicane´, atendía con euforia. Lo que dijo Alonso en rueda de prensa se seguía con interés en estas tierras tradicionalmente indiferentes a la Fórmula 1. Dicho sea con la venia de quienes ya eran aficionados antes del ´boom´ Alonso.

Quizá por eso, por el contento incondicional, nadie enmendó al campeón cuando un periodista le arrimó el micrófono, fuera ya de la rueda de prensa, e inquirió qué cuatro personas le habían ayudado, a lo que respondió que su padre, su madre, su abuela y su hermana. Parecía venganza o reproche lanzado al vuelo para no se sabe quién. Y sin embargo no era más que una injusticia de la autosuficiencia. Sospecho que para correr en Fórmula 1 se necesita algo más que talento y apoyo familiar.
Las facultades de Alonso son excepcionales pero no creo que pudiera hacerlas valer si por el camino no se hubieran cruzado fabricantes de coches competitivos, patrocinadores o directores de equipo que confiaron en él.

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