Índice de Documentos > Boletines > Boletín Julio 2005
 
EL DÍA QUE DON VICENTE RAMOS SUPO QUE GABRIEL MIRÓ NO HABÍA EXISTIDO NUNCA
 
La mañana soleada de la primavera alicantina era un poco engañosa, la luz anunciaba un clima benigno, pero una vez que, dejada la Rambla, se adentraba uno en la Calle San Fernando, un vientecillo aconsejaba buscar el poco sol de las calles estrechas.

Nada de esto era nuevo para Don Vicente; se trataba simplemente de aligerar un poco el paso para llegar antes al despacho e iniciar un nuevo día. En la Plaza de Correos, su mirada se dirigió de una forma automática hacia el busto de Gabriel Miró y no lo vio; pensó que algún árbol lo tapaba, dio unos pasos hacia atrás, y nada.
Todo esto le pareció muy raro, cruzó la calle, subió el par de escalones y en aquel ángulo de la plaza el busto ya no estaba. Dio una vuelta a la plaza por si lo habían cambiado de lugar con algún criterio moralizante, y tampoco lo encontró.
¿Dónde me lo habrán puesto? Me van a dar la mañana- pensó.
En ese instante pasaba un coche del 092, lo paró y preguntó: ¿Por favor, pueden Vds. indicarme dónde han colocado el busto de Gabriel Miró? Los policías se miraron y con un gesto apretando los labios y negando con la cabeza le indicaron que no sabían nada.
“Puede Vd. preguntar en el Ayuntamiento” dijeron al propio tiempo que se marchaban.
Lo habrán quitado o se habrá marchado-, se dijo don Vicente en tono burlón. Cambió el sentido de sus pasos y se dispuso a encontrar una rápida respuesta, aun sabiendo que la prontitud y la administración son cosas antagónicas.

Al llegar al Ayuntamiento preguntó por la concejalía de Cultura; una vez en ella, una muchacha le preguntó qué deseaba, sin quitar la vista de la pantalla de la computadora. Don Vicente, de manera muy cortés, le indicó que no sabía qué había pasado con Gabriel Miró; la muchacha, sin alterarse, le pidió el NIF para facilitar la búsqueda.
Don Vicente se dio cuenta de que la cosa se complicaba inexorablemente, y para estos casos nada mejor que la paciencia y la buena educación; de ambas cosas estaba sobrado.
Señorita -le dijo- no se trata de ningún contribuyente.
Es un señor que escribió libros y tenía un busto al que le poníamos flores unos amigos en señaladas fechas. Ese busto ya no está en su sitio y tengo curiosidad por saber qué ha sido de él.
¡Ah, ya, un busto! Tendrá Vd. que hablar con el Concejal, que es quien se encarga de “Monumentos, bustos y lápidas conmemorativas”.
Yo misma le acompaño. Anduvieron por unos pasillos con carteles de manifestaciones culturales varias hasta llegar a una antesala en la que variaba la decoración y se hacía aparentemente más nueva y moderna.
Es aquí -le indicó-, en la puerta había un letrero en latón que rezaba: “Sr. Concejal”.
La muchacha tocó con los nudillos al propio tiempo que abría y decía ¿Se puede? Un señor alzó la vista del periódico, y sin reparar en la chica se levantó de la mesa y dijo:
¡Hombre, Don Vicente! Le estaba esperando. Es por lo del busto ¿Verdad? Don Vicente afirmó con la cabeza. La cosa esta liada -siguió diciendo- pero, por favor, siéntese; y tú, Margarita, puedes marcharte; esto es cosa mía. Margarita abrió los ojos asustada y salió muy deprisa.

En tono más cálido, el Concejal continuó: Este asunto, Don Vicente, no se puede arreglar sin su colaboración y está muy complicado. Se frotó las manos con evidente nerviosismo y, sobreponiéndose al propio tiempo que miraba fijamente a Don Vicente y analizaba su reacción, le dijo con tono severo: Hemos tenido que quitar el busto porque se ha averiguado que Gabriel Miró nunca existió.
Don Vicente se quedó perplejo mirándolo, y como principal y único argumento en medio de aquel disparate, expuso: Entonces todas sus obras ¿quien las ha escrito?
Vd., Don Vicente, Vd. es el mismísimo Gabriel Miró.
Primero escribió las novelas y relatos y luego se ha pasado la vida comentándolos. Caso insólito de pedagogía y modestia.

Don Vicente, de manera rotunda, expuso:
Mire, no le conozco a Vd. ni sé quien es, pero tenga la absoluta certeza de que Gabriel Miró existió y que una de las personas que más se ha preocupado de su obra he sido yo. Ahora dígame qué pretenden con todo esto, ¿volverme loco?

- Usted perdone, don Vicente, siempre me equivoco. La idea era, puesto que sus estudios sobre Miró son probablemente mayores que la propia obra de nuestro escritor y muy poca gente se acuerda de él, hacer algo que llamase la atención. Total, peores cosas se escriben ahora elucubrando sobre la obra de Leonardo o tratando de encontrar algún misterio escondido en un cuadro.
Esto sería como escribir la novela, pero en vivo.
Haríamos grandes tiradas de sus obras y usted aclararía a todos que no es Gabriel Miró. Sería un éxito sin precedentes. El mundo entero sabría quien es Gabriel Miró y quien no.

La puerta se abrió de repente y Don Vicente escuchó una especie de alarido que decía: ¡¡Gutiérrez otra vez!! Márchese inmediatamente de aquí.

Gutiérrez agachó la vista y se fue mascullando
“Qué mala suerte, habría quedado bien”.

El hombre, colérico, respiró hondo, y con un tono sosegado y cortés se dirigió a Don Vicente: Perdone Vd., soy el Concejal de Cultura y Gutiérrez es un muchacho que siempre se ha portado muy bien, pero últimamente se le ocurren ideas muy raras que, aprovechando cualquier descuido mío, trata de llevar a la práctica. Necesita tomar unas vacaciones.
¿Qué le parece a Vd. si se lo mando unos meses a la Biblioteca y que lea las Obras Completas de Gabriel Miró?

Don Vicente se encogió de hombros y con cara de aburrimiento volvió sobre el tema que le había llevado a aquel lugar.

- Mire, todo me ha parecido kafkiano. Y ahora ¿puede Vd. decirme dónde está el busto de Gabriel Miro?

- No se preocupe, volverá a su sitio, lo estamos limpiando. Por cierto que un grupo de señoritas se ha interesado por él argumentado que por las noches les hace mucha compañía.

- ¡Adiós!- Salió don Vicente como huyendo del infierno. Al llegar a la calle, el sol y el viento le hizo sentirse vivo.

Anduvo unos pasos, se detuvo, sacó su cartera y miró el Documento Nacional de Identidad. En efecto, era él mismo.

 

Volver