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FIGURACIONES

 

 

Demetrio Mallebrera Verdú

 

          Es cierto que a veces obran como fantas-mas pasajeros y tan pronto como han venido se han marchado de nuestra mente, que es el lugar donde se proyectan nuestras figuraciones, tan personales ellas, tan secretas y tan ladinas. Co-mo a las musas, hay que cogerlas al vuelo, o de otro modo sus insinuaciones se habrán perdido, aunque las mejores son las persistentes, que se asoman día sí día también, cabezotas, hasta que les haces caso y las plasmas con tu mejor voluntad de agradar y de dar a conocer a los demás estas cositas que aprendes, que se te esbozan como primera providencia y que luego salen al exterior, convenientemente elaboradas en tu laboratorio íntimo, esperando que el viento de la buena esperanza las distribuya por escogidos campos y sembrados, como lo hace con las semillas fecundas o con los ecos que retienen ritmos en sus silbidos narcotizantes de aromas y mensajes. Me parece sumamente expresivo el modo de explicar la palabra figuración que hace el diccionario de María Moliner en sus tres acepciones, que pueden considerarse también como pasos consecutivos ordenadamente: Primera, acción de figurarse algo. O sea, entrar en trance, abstraerse, ensimismarse. Segunda, cosa que uno se figura o imagina; es decir, echarle un poco de fantasía a lo que ha surgido en la mollera en el brete de la primera parte. Y tercera, aprensión. Pillarle la intención a la imagen aparecida y convertirla en idea, y de ahí llevarla de un lugar a otro convertida en código comunicativo entendible.

            Este sería el proceso de captación de pensamientos a comunicar por parte del trans-misor del mensaje, para que luego, por medio del canal elegido o dominado, le llegue al receptor. El lenguaje puede ser muy variado y dependerá de quien lo esté utilizando: un pin-tor, un escultor, un músico, un escritor... Esto podíamos tenerlo más o menos claro, pero a mí me ha sorprendido que alguien lo haya sabido explicar con sencillez y naturalidad, llamando “maestros”  (que  también te  enseñan)  a  esos

 

chivatos que anuncian las ideas o sus primeros proyectos. Se trata del escritor vasco Unai Elo-rriaga, que fue premio nacional de narrativa en el 2002, y que dio una conferencia en una fa-cultad universitaria explicándolo así: Primer maestro, un pintor que pintó los cielos verdes, un color que no es nada propio del cielo, pero que puede servir de señal identificadora para imaginar las cosas de una determinada manera; su segundo maestro es un arquitecto (en este caso, Gaudí, que puso las columnas torcidas hacia fuera del parque Güell, como lo hacen los ancianos cuando apoyan sus garrotes). Se trata aquí de hacer cosas poco estéticas o poco académicas porque así lo pide el equilibrio de la trama o de la acción para hacerla más per-ceptible.

          Luego viene un escritor caracterizado porque alguna de sus obras repite machacona-mente determinadas frases hasta el punto de que quien acaba de leer uno de sus relatos pue-de terminar repitiendo como una cantinela esos textos que se han grabado rítmicamente en el cerebro; y si queremos que se nos entienda, pues hay que ser insistentes en las ideas básicas de nuestros discursos. ¿Qué tal, luego, un fotógrafo que siempre capta catástrofes, o un sastre que toma unas medidas? A veces no hay que ponérselo tan fácil al lector, sino que hay que sugerirle imágenes, lo mismo que uno las recibe (aunque no sean las mismas) cuando le ha venido la inspiración. ¿Cómo hacer para transmitir sentimientos fuertes como la muerte o el amor si todo está basado en una narración en la que prima la acción casi sin descanso? ¡Ah!, y que conste que para describir escenas básicas es preciso acudir a los recuerdos, a la memoria, porque de otro modo no tendríamos referentes. No hay más secretos, sólo que también aquí, para que te pille convenien-temente el interlocutor, hay que echarle interés, buena voluntad y mejor intención. ¿Advierte usted estas cosas en los escritores o son figuraciones mías?

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