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INTOLERANCIA

 

Francisco Luis Navarro Albert

 

 

            Se ha suscitado una notable controversia a raíz del discurso pronunciado por el Papa Benedicto XVI en una cátedra de la Universidad de Ratisbona bajo el título  “Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones”.

            Ante esta polémica he resuelto comprobar qué hay de cierto en las afirmaciones sobre el ataque a la religión musulmana y, antes de formar una opinión me he tomado tiempo para leer el contenido del discurso, en el que me ha parecido entender que sostiene la tesis de que Dios y razón son inseparables. En este contexto hace una exposición en la que reflexiona sobre la necesidad de no recurrir a la violencia ni a las amenazas para llevar a otras personas la fe.

            Ciertamente en el discurso hay frases que, separadas del contexto, pueden ser mal interpretadas, pero dichas frases no son propias, han sido extraídas de textos redactados hace más de seiscientos años. No he tenido, en ningún momento de la lectura, la impresión de que se dirigieran insultos a los musulmanes ni a sus creencias.

            En consecuencia, es imprescindible efectuar una lectura de todo el documento, sin sacar palabras ni frases de su sitio, para entender bien el significado de lo que pretendía exponer Benedicto XVI. No es un texto fácil de leer, y he de confesar que lo he hecho varias veces, pero las partes objeto de controversia dejan ver bien claro que son referencias a otros textos.

            Es evidente que este revuelo no se habría suscitado si la referencia se hubiera hecho sobre la doctrina o personajes cristianos. Es evidente también que si en el mundo musulmán se practicase un poco, tan sólo un poco, la tolerancia, las cosas no habrían llegado al punto donde están. No creo que los musulmanes puedan alegar que el mundo occidental, y concretamente el cristiano, les hace la vida imposible. Al menos en nuestro país, pocas son las grandes ciudades que no disponen de mezquitas, al igual que hay templos para otras creencias. Estoy absolutamente seguro de que en la mayoría de los países musulmanes habría gravísimas dificultades, si no funestas consecuencias, si se edificaran templos cristianos. Por parte de sus líderes religiosos no parece que se hayan hecho grandes esfuerzos para moderar la situación; más bien están por la labor de instigar y fustigar a sus seguidores para que empuñen cualquier arma y se líen a acabar con los “infieles “.

            Lamentablemente vivimos en un mundo en el que existe demasiada separa-ción entre culturas, entre economías, entre modos de vida…Hoy por hoy esa distancia se me antoja insuperable si no se realiza un esfuerzo de integración. Pero el esfuer- zo debe realizarse en dos sentidos.

         Por una parte el mundo occidental y la parte de Oriente que dispone de riqueza en exceso, deben ser capaces no digo de compartir sus bienes, pero sí de enseñar a gran parte del mundo musulmán a trabajar para poder resolver sus problemas y nece-

 

sidades. No creo, sin embargo, en la aplicación próxima de esta posibilidad, porque  ello  supondría  liberarles de la dependencia de las multinacionales y, en este mundo globalizado (para los poderosos) no es rentable enseñar al que no sabe. Determinados gobiernos, por otra parte, saben que explotando el fanatismo y la ignorancia es más fácil someter a la gente. Supongo que alguno habrá oído lo de “pan y circo” tan sabiamente aplicado por los romanos y espléndidamente asumido por los gobernantes de cualquier época posterior.

            El mundo musulmán debe también trabajar para superar sus abismos culturales y de educación. Ni hoy se puede sostener la tesis “cree en Alá o muere”, porque ello nos llevaría al absurdo de que, estando obligados, ¿para que existimos como criaturas racionales, si no podemos elegir entre esta o aquélla o ninguna creencia? Ni se puede vivir de espaldas a la parte de mundo que no piensa igual. ¿Se pretende, acaso, reeditar una suerte de Cruzadas o Inquisición? Personalmente como creyente soy de la opinión de que no es imprescindible creer para alcanzar la salvación eterna. Es preferible no creer y actuar en conciencia que manifestar fe y actuar de espaldas a la Humanidad.

            Por otra parte, ¿qué sentido tiene creer en algo o alguien que yo no he elegido? Históricamente se ha luchado para conseguir la libertad, por lo que carece de sentido que porque alguien diga que hay que tener determinada creencia, ésta deba ser impuesta al precio que sea. Y si así fuere, ¿qué grado de fidelidad puede esperar de mí ese ser que me obliga a creer en él?

            Del mismo modo, quienes manifiestan posturas contrarias a los creyentes alegando que se les ha sorbido el seso, que son unos ignorantes, etc. deberán aceptar conmigo que creyentes y no creyentes estamos, al menos, empatados. Yo, como creyente, admito que no soy capaz de demostrar la existencia de Dios. Hasta el momento no he llegado a conocer ninguna tesis que demuestre que no existe. Así que no tengo inconveniente en atribuir a los no creyentes el 50% de razón.

            Si, cuando llegue el momento de comprobar la existencia de Dios, yo estoy equivocado, nada habré perdido por cuanto he procurado actuar en mi vida no haciendo daño consciente y libremente. Si, por el contrario, Dios existe, yo recibiré lo prometido y el no creyente recibirá lo no esperado, puesto que la magnanimidad de Dios no le dejará fuera por el simple hecho de no haber creído.

          Bastantes problemas tiene planteados el mundo para que, encima, preten-damos que Alá, Dios o cualquier otro de los seres supremos en los que se soportan las  distintas  creencias, sean  también  los  culpables  de  nuestra irracionalidad, de

nuestro egoísmo, de nuestra intolerancia o insolidaridad…

            Volviendo al inicio, es fácil echarle encima a Bene-dicto XVI el muerto de que ha insultado a los musulmanes. Quizá muchos deberíamos preguntarnos si con nuestras actitudes no estamos insul-tando a la inteligencia, ese maravilloso don que, según decía mi padre, debe estar dentro de esa cosa que algu-nos solo utilizan para llevar el sombrero.

 

 

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