Índice de Documentos > Boletines > Boletín Enero 2007
 

           Los inconvenientes de los tiempos modernos

 

                                    Manuel Gisbert

El otro día fui a visitar un pueblo vecino y lo primero que vi al llegar al paseo principal fue una pancarta clamando contra los parques eólicos. Tienen razón, pensé yo. Hacen mucho ruido, matan a las aves que se atreven a pasar por el radio de acción de sus afiladas aspas y afean el paisaje. Así que ¡fuera!

 ¡Fuera! también las centrales nucleares, pues te pueden matar rápidamente, si pasa lo de “Chernobil” o lentamente si estás cerca. Por eso a los habitantes de Cofrentes les regalan, todos los años, una cesta por Navidad y este año creo que el aguilando ha consistido en  500 euros por barba; probablemente para mitigar sus penas. Me gustaría saber si los que estamos a 50 kms. o menos, en línea recta, como yo, tenemos algún peligro, para poder  reclamar aunque sea únicamente un jamón.

 Hay que retirar definitivamente las centrales térmicas. Contaminan el aire, emiten CO2, incumplen el Protocolo de Kioto y recalientan el planeta, provocando sequías y lluvias torrenciales a diestro y siniestro. Si la temperatura del planeta Tierra aumenta, de media, un par de grados más en los próximos años, el hielo de los polos se derretirá y el nivel del mar aumentara unos cuantos metros. Compañero, si vives cerca de la Explanada ves comprándote una góndola, que creo te hará falta.

 Las hidráulicas, también fuera. Impiden a los salmones volver a sus lugares de origen, evitando que se reproduzcan y provocando la extinción de la especie. Eso sin contar con que las presas se pueden romper, como ocurrió con la de Tous, y provocar una inundación que te cagas.

 Las placas solares no las quiero tampoco. Porque afean el paisaje, su reflejo perjudica a los pajaritos y necesitan protección continua de la Guardia Civil si no quieren ser diana de las pedradas de los gamberros de turno, o de expolio por los ladrones de turno.

 No sé si me habré dejado fuera algún otro sistema de producción de energía eléctrica; pero ¡también fuera¡, esta vez porque me da la gana.

 ¡Ahora!... aviso. Si me cortan la luz cuando estén televisando un partido de fútbol ¡armo la de Dios!

 Todo esto viene porque el otro día leí en un periódico que en Alcoy tenemos censadas once antenas de telefonía móvil en el término municipal y aún quieren poner un par más. Imagino que son tantas y están colocadas dentro del casco urbano, porque para que funcionen correctamente deben estar cerca de los usuarios de móviles. En caso contrario, bastaría una sola colocada en la cumbre del monte de San Cristóbal, y todos tan contentos. Bueno, los de la “Colla La Carrasca”, como buenos ecologistas que son, se cabrearán; pero con no hacerles caso, como siempre, ya está.

 El problema es que, según datos del mismo periódico, hay 40 millones de móviles en España y todos sus dueños parece querer seguir teniéndolos.

 Hay 300 vecinos que viven en el  centro de Alcoy que han manifestado su protesta por la proximidad de las antenas; de ellos ¿cuántos tienen móvil?; y cuántos estarían dispuestos a desprenderse de él para que les quitaran las dichosas antenas. ¿Quedarían más contentos si trasladaran las antenas a otros lugares, probablemente cerca de las viviendas de sus hijos, nietos o padres?

 Yo vivo en un ático a menos de 100 metros de una de esas antenas y además la tengo encaradita. Como no pienso mudarme de casa, he instalado un doble tabique con una lámina de plomo en medio. Los cristales de las ventanas, que por cierto me han costado un huevo, no dejan pasar ni los rayos de sol. Cuando salgo a la terraza para regar las plantitas, me tengo que poner el traje especial que usan los radiólogos, que también es caro pero va de maravilla. Todo ello por seguir conservando mi móvil.

 En definitiva, y hablando ya un poco más en serio, creo que el único problema que tenemos es que no hemos sabido amoldarnos a la época que nos ha tocado vivir. Si hubiésemos nacido treinta mil años antes, estos inconvenientes no los tendríamos. Pero yo, desde luego, no cambio.

 

Volver