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SOBRE LOS NIÑOS “PIJO”

 

 

José Miguel Quiles Guijarro

 

He oído con frecuencia hablar a mis hijos de “niños pijo”, calificando así a un niño de apariencia relamida y un tanto “snob”. El modismo es de estos tiempos,  pero “niños pijo” han existido siempre, y en nuestra época, en los años sesenta, con mucha más frecuencia e intensidad.  Se decía a la sazón de estas personas que eran de  “buena familia” o de “familia bien” o “hijos/as de papá”…

  Nuestro país, por una extraña y violenta mezcla de razas, es un país donde medra a campo abierto la vanidad y la envidia.  Dos males complementarios  que vienen a ser algo así como la escoba y el recogedor, la una va estrechamente ligada a la otra. Y lo más curioso de esto no es el gozar o presumir de una cierta o pretendida dignidad de familia, sino el esfuerzo, muchas veces cómico, de tratar de aparentar una cierta elegancia de “clase”. El snobismo chabacano rayano en la ridiculez. Ser para los demás una pobre caricatura de lo que a uno/a le hubiera gustado ser: es decir, la jactancia desnuda, sin el apoyo de la dignidad.

  Por citar un ejemplo más gráfico, en nuestro grupo de amigos hubiera resultado caótico decir que a uno le gustaba la canción de Antonio Molina o de Juanita Reina, lo procedente era decir que le gus-taba Bob Dylan o Bob Marley aunque no se tuviera ni idea de inglés. Algunas niñas no pedían en la barra del bar “un vino”, pedían “un mosto”. Recuerdo a una niña que decía: “Yo cuando voy a Ga-lerías Preciados ni miro… me voy directa al “Bosberry”, u otra que explicaba con profundo conoci-miento del tema: “En España los chicos tienen mucha más “renta per cápita” que las chicas  ¡a ver si no!”. A un amigo mío su madre le cosía el cocodrilito en el sueter… y así un sin fin de ejemplos.

  Los jóvenes de hoy sin duda han avanzado en este sentido, conceptúan al “niño pijo” en sí mismo, por su apariencia, su gesto o su ropa de marca. Ciertamente la proliferación de centros universitarios ha sido decisiva para diluir las diferencias sociales. En los años sesenta la presunción y la vanidad iban mucho más lejos que hoy: se extendían a la familia, a las amistades, a la mejor posición económica, a pertenecer al Club de Regatas, en realidad cualquier motivo era pasto adecuado para exhalar humos de vanidad y de distinción.

 Hay un pasaje realmente delicioso en “El Lazarillo” donde se retrata y se da burla a la perfección a este tipo de personas, dice así: “Acuérdome que un día deshonré en mi tierra a un oficial y quise ponerle las manos porque cada vez que le topaba me decía: Mantenga Dios a vuestra merced” “Vos, don villano ruín” – le dije yo – “¿Por qué no sois bien criado?”- “¿Manténgaos Dios me habéis de decir, como si fuese quienquiera?”. “De allí adelante me hablaba como debía…”

 “A los hombres de poca arte dicen eso; mas a los altos, como yo, no les han de hablar menos de “Beso las manos de vuestra merced”, o por lo menos: “Besoos señor las manos”, si el que me habla es caballero.

 “Mayormente que no soy tan pobre, tengo en mi tierra un palomar que, a no estar derribado como está, daría cada año más de doscientos palominos…”.

 

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