En la noche florecida,
siete puñales de duelo,
tres negaciones… Traición
pendiente de un árbol seco
y cinco rosas de sangre
con cuatro clavos de hierro…
Procesionaria de raso
con vueltas de terciopelo
y dos hileras de estrellas,
quince a quince, -vaivén lento-
en una saga de ritmos,
de penitencia y de rezo,
marcan la Vía Dolorosa
con hitos de fervor nuevo…
La Luna, absorta, se mira
en las rodelas de espejo,
desmelenando penachos
entre caricias de viento
y cinco colinas paren
aroma de los romeros…
Calle Mayor, afinando
su marcha, los nazarenos
conjugan ritmo y plegarias
con los redobles del cuero…
Cobijan rayos de sol
las tulipas en sus cuencos
mientras se afila el jaloque
en los capuces enhiestos…
Rumor de armonios encuadra
el avance del cortejo
y refulge como un ascua
el serrucho granadero…
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¡Cómo tremola San Juan
la gloria de los palmeros
mientras se duermen claveles
entre neblinas de incienso
y las luciérnagas brillan
en las llaves de San Pedro!...
Tenue rumor de sandalias
pregona el afán del tercio,
los tambores, con sordina,
vienen doblando a lo lejos
y tañen los pendolaques
argentino tintineo
mientras la noche, con nubes,
teje y teje cien pañuelos
y los borda con estelas
de cohetes señaleros…
Colores de flores nuevas
y sabor de caramelos…
Los niños abren los ojos
desorbitados de sueño
y una voz triste, ¡saeta!
dice su pena y su duelo…
Luciérnagas oscilantes
de flores y de luceros
enmarcan la Cruz que apunta
su Norte a los cuatro vientos
y se avergüenzan las zarzas
de sus espinos sangrientos…
Con un ritmo sin medida
va desfilando el cortejo
y siete palabras, ¡siete!
apuntan al firmamento
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