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UN DIA DE CAZA

 

Gaspar Llorca Sellés

 

            Fuera estaba oscuro; era la espera al amanecer de un día de octubre; Juan y José se estaban levantando. La luz del candil no llegaba a la cuadra, donde aún dormía un cuarto amigo encima del antiguo pesebre. En alto, pendiente de las vigas, el ristre de los pajaritos, reclamos con los que se cazan.

            -Despertad a Quico que yo voy a hacer el café. ¿Dónde hemos dejado las magdalenas? El azúcar ya lo tengo. Abrigaos, que hace fresco, el día parece que está raso, sin nubes, no hay barrera en levante, creo que tendremos un poco de viento.

            No hubo más conversación, los despertares, a excepción del que aún dormía, siempre eran poco comunicativos. Después del desayuno tomaron las redes y las jaulas con los pardillos, y se dirigieron al bancal donde tenían el parador y la barraca. Mientras unos plantaban las redes y ponían los señuelos, otros iban colgando los reclamos. –Los mixtos ponlos en aquella vaguada, de más bueno a peor viniendo hacia aquí. El bueno, el cuatro, cuélgalo en el almendro alto detrás del plan.

            Terminadas las tareas, los cuatro amigos se metieron en la barraca, cada uno detrás de su aspillera. El silencio era absoluto. Encendieron su cigarro y sus primeros golpes de tos se unieron a los primeros cantos. El sol rompía por el mar, y sus rayos tardarían un poco en llegar a enrojecer sus visiones. El canto de un pardillo de pase alarmó a los cazadores. No se respiraba, el único movimiento era el humo de los cigarrillos que bailaba dentro del espacio de la barraca.

            ¡PARDILLOS! –dijo uno. –Yo no veo nada, pero creo que están parados en el arbolito de la derecha, el que está colgado en él está señalando. -¡Ché! yo no distingo… Y no llegó a terminar la frase. –Ahí van, son ocho por lo menos, se han parado en el algarrobo de abajo, mira como repasan los nuestros, esos vuelven, levanta la voladora, déjala caer ahora. Ahí van hacia dentro. – ¡Cállate que ya los vemos, no estamos ciegos!, contesta Quico. ¡Silencio, por favor!, argumenta Juan. – Y prepárate que esos caen: Y allí dentro cuatro hombres se ponen de los nervios, casi violentos, están muy agitados. Tensos, con la mente fija y limpia, sus cuerpos y sentidos en paro, casi con dolor: “no hagáis ruido” dice más de uno, y el ya no va más: los seis pajaritos se meten dentro del plan. Y ahí viene la discusión: fuera, en el arbolito, casi cayendo al plan, aún quedan tres. ¿Esperar o no esperar? La cuestión no es tan simple, hay dos de ellos que lo tienen seguro de que los otros también van a entrar; los otros dos son partidarios de telar, “seis ya son número”. Se mete uno más y el que está en la tiradora estira con todas sus fuerzas, las redes se cierran perfectas; suelto su estado de ánimo salen corriendo los cuatro cazadores, atropellándose en la salida de la barraca, y se lanzan como si hicieran los cien metros libres a desenmallar los volátiles. Gerardo, cuarenta y cinco años, va bailando de contento; Juan, de cuarenta y nueve, se ha caído al suelo al tropezar con la cuerda de la voladora. Llegan a las redes, sacan los pardillos y los meten en una jaula grande, que llaman “gabiot”. Vuelven a la barraca y comentan los incidentes. Y así va pasando el tiempo. ¡Hoy es el día! –casi grita Pepito, cuarenta y cuatro años, mirad qué bandada viene por la derecha, van por lo menos veinte. Vuelven los nervios, los silencios rotos solamente por los respiros. Se repite la escena, diez dentro y cinco fuera. ¿Telar o esperar? Al final no se espera, hay picazón de cazador, esa ansia ancestral vuelve a dominarlos. El instinto de cazador se apodera de los nervios: cazarlos, cogerlos, y se estira y caen los diez. De nuevo la salida precipitada, los sacan de las redes y los meten en el gabiot junto a los cazados con anterioridad. Y a la vuelta lo mismo, y así va pasando el tiempo y los relojes llegan a marcar las diez de la mañana.

            -Voy a preparar el almuerzo, dice Quico: hoy tenemos llampuga (un pescado) frita con pimientos verdes y ajos, patatas fritas y unas anchoas con aceite. Me acercaré al pueblo a por pan recién hecho y, además del costo traeré un rioja gran reserva que tengo guardado en casa. Y para comer ¿qué tenemos?, preguntan los otros - Voy a haceros un arroz caldoso con espinacas y dos merluzas  que tenemos en la nevera, y para segundo plato una tortilla de patata y cebolla. Bueno, también la melva en aceite de oliva y cebollitas en vinagre con sus aceitunas cuquillo y chapadas. Y para postre lo de todos los años: granadas.

            -Tráete café helado, que don Pedro nos ha regalado una botella de absenta de sesenta y cinco grados, de las antiguas, y nos haremos el nardet antes de comer, así que compra también garrofeta y hueva de atún. Sugiere Gerardo.

            -Te acompaño, que tengo que firmar unas escrituras, dice el constructor. Vosotros haced una partida de cartas, y mejor que estéis atentos y no os distraigáis, que yo vuelvo pronto y, eso sí, no voy a traer ningún periódico y sí una botella de wisky de esas de doce años.

            Y allí quedaron dos y los otros dos se fueron al pueblo por un rato…

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