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MIENTRAS ME INDIVIDUALIZO 

 

He leído en La Sabiduría Antigua, de Annie Besant, que “Cuando innumerables pájaros han muerto víctimas de las aves de rapiña, los polluelos acabados de salir del huevo se encogen al aproximarse uno de los hereditarios enemigos; pues la vida en ellos encarnada conoce el peligro, siendo el instinto innato la expresión de este conocimiento. Así se forman los instintos maravillosos que preservan a los animales de innumerables peligros habituales, al paso que un peligro nuevo los encuentra desprevenidos y los aturde”.

 Como si los polluelos heredaran un instinto preservador mejorado gracias a las experiencias de sus progenitores, diría yo; aunque lo que dice La Sabiduría A ntigua es que, en la mónada (ojo con el acento), yacen ocultos todos los poderes divinos, si bien están latentes, no manifiestos ni funcionantes. Estos poderes son despertados gradualmente por choques externos, y toda vibración que obre en la mónada despertará el poder vibratorio correspondiente en la forma envolvente de la criatura viva que la contiene. De este modo, una tras otra, pasarán todas las fuerzas latentes en la mónada al estado activo. En esto consiste el secreto de la evolución. Y cuando la forma perece, la vida conserva los anales de esas experiencias en las mayores energías que han despertado, y se halla pronta a ser el alma de otras formas derivadas de la antigua, llevando consigo este acopio acumulado. 

El diccionario define mónada como “cada una de las sustancias indivisibles, pero de naturaleza distinta, que componen el universo, según el sistema de Leibniz”; que reconozco no llegué a entender. Tampoco me aclaró del todo el concepto de mónada El Discurso de metafísica, de Leibniz. De manera que, de vuelta a la Antigua Sabiduría, deduzco que la mónada viene a ser como una especie de sustrato continuo, inherente a las cualidades mentales y morales, a fin de que puedan acrecentarse; o sea, que será algo así como un receptáculo que almacena todas las experiencias como poderes activos en crecimiento. 

De suerte que, cada alma monádica anima todas las formas que de ella dependen, con lo cual, todos los individuos del mismo grupo tienen el mismo instinto; pero, en el reino vegetal, las mónadas se someten a divisiones y subdivisiones con creciente rapidez, a consecuencia de la mayor variedad de influencias a que están sujetas, debiéndose a esta subdivisión invisible la evolución de las familias, géneros y especies vegetales. 

En resumen, en primer lugar, estoy casi convencido de que nuestros ancestros primitivos evolucionarían con un alma monádica que los encarnaría en grupo, y que toda aquella mónada de seres actuara como movida por una sola individualidad; y, en segundo, que, habida cuenta las sucesivas reencarnaciones, unos evolucionaron más deprisa que otros, y que, en consecuencia, toda alma monádica encarnaría en un grupo cada vez menor de formas. En último término, todas las almas tienen que desarrollar sus poderes por sí mismas; pero el orden en que se desarrollan estos poderes depende de muchas circunstancias, que despiertan a la actividad una serie u otra de energías mentales a medida que se aproxima gradualmente el punto en que las formas alcanzan la individualidad completa. 

Así que, desde esa proximidad, con emoción crítica, uno se pregunta si su vida habrá sido origen de dicha o de desgracia para otros, y qué le corresponde hacer todavía.

 

                                                                                              Matías Mengual

 

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