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Demetrio Mallebrera

APRENDIENDO SIEMPRE


         Me parece arrogante en exceso esa conducta que tienen muchos que andan por la vida como de vuelta de todo, sobrados de planteamientos intelectuales o de argumentos coloquiales, y no les apetece un ratito de charla amistosa en la que, ya lo sabemos, se habla de lo divino y de lo humano confundiendo lo que debería tener una altura con lo que debería estar a cierta bajura. Recuerdo ahora a una persona muy estimada por mí que ya no está en este mundo y creo yo que en el estado o lugar en que se encuentre se dedicará únicamente a elevadas cuestiones, no porque desprecie las fruslerías, sino porque confío en que allí no tengan necesidad de perder el tiempo por ser éste ya algo inexistente. Esta admirada persona, que se dedicaba con una soltura envidiable a las relaciones públicas, me decía que le interesaban todos los temas, que por su propia profesión debía conocer el máximo posible de habilidades personales dando vida a un trasfondo cultural lleno de experiencias. Se refería a que las motivaciones humanas están impulsadas por resortes desconocidos a los que sólo llegas a conocer si consigues, con maña, tirar de la lengua de los afectados para que se atrevan a soltarse el pelo contigo y abrirte sus almas. Puedes encontrarte de todo, lo más inverosímil, y, desde luego, esa confusión que hemos consentido que haya anidado en nuestro interior, en donde fácilmente se mezcla lo principal con lo accesorio, y así nos encontremos, por ejemplo, que alguien utilice un lenguaje trascendente para hablarnos de su afición a las motos de carreras ruidosas.

 

         A los comunicadores nos pasa tres cuartos y mitad de lo mismo, pues queremos saber cuáles son los móviles de la gente para contactar con ella. Se trata, como decía retóricamente el profe, de escuchar las señales que envía el entorno y saber qué instrumento hay que tocar para que baile a gusto el personal. Que hay que darle al emocional, pues hala, a darle a la percusión psicológica hasta hallar la nota  que  mejor  haga  reaccionar  a los individuos, o les haga vibrar con emociones fuertes o meramente placenteras. Que hay que hacer sonar las campanitas del mundo financiero, buscador de aventuras lucrativas, pues démosle al vibráfono hasta encontrar el tubo que nos dé rendimientos, plusvalías y rentas más o menos fáciles, que enlazarán con las emociones y se darán un gran abrazo. Que hay que tocar la flauta política de la tolerancia, que tan bien suena, pues busquemos los bemoles entre personas diferentes y si sale algo lo combinaremos también con las emociones y se alegrarán de haberse conocido. Que hay que ser filósofos vacíos de contenido de los que dicen que todo es relativo, pues naveguemos por tan proceloso mar a ver qué nos deparan sus profundidades, y sigamos atentos a las emociones, manteniendo a buen recaudo las verdades.

 

         Situados ya en todos esos campos, pongámonos ahora a dialogar con los labriegos y ellos nos dirán qué hay que hacer para que nazca y crezca esta hierba seca, tan árida, o este frutal, tan fragante y tan agradable de tomar. Y seguiremos aprendiendo estando donde tengamos que estar y tocando la tecla más oportuna en el momento indicado, procurando no desafinar, porque no hay que dejar de ser lo que somos y esto es sólo cuestión de saber camuflarse para llegar a donde tengamos que llegar e introducirnos en esos ambientes que nos interesen, pero ya digo, sin hipocresías ni cesiones mal negociadas. El profe decía que hay que saber entrar desde la identidad evitando excederse en la complacencia hacia los demás. Lo importante es haber roto los muros que no facilitaban la comunicación y saber ahora estar dentro, sentirse cercanos y contemplarlo todo desde la nueva atalaya reelaborando mensajes, pasando del lenguaje institucional que dominábamos antes, al discursivo al que estamos obligados. La estrategia exige elegir el modelo más conveniente, bien por el debate polarizado que se encontrará con la confrontación, o a través del diálogo que buscará puntos de acuerdo y compartir buenas noticias.

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