Se fue
quedándose en ti,
y se abrieron las puertas de tu penar.
Todo en ella es ya eternidad,
en su cuerpo y en su luz.
Ni más adioses. Ni largas esperas.
Se acabó el brillo de su mirada,
el perfume de su aliento,
el candor de sus besos…
¿Dónde estará?
¿Por qué se fue?
¿Seguirá caminando?
Sólo tú sabes, Adriana,
de tu dolor sin su presencia,
y que todas las flores del mundo
no pueden aromar su vacío.
Voy a decirte un secreto
que escuché de mi madre hace tiempo:
Las madres siempre viven. Nunca mueren.
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