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     LOS PENSAMIENTOS AYUDAN O ESTORBAN     


Matías Mengual 


     En ocasiones, casi siempre que encaro una dificultad, revivo de modo espontáneo el momento en que, siendo un niño, logré superar el miedo de lisiar mis canillas y me atreví a dar aquel salto: A pies juntillas, es decir, sin tomar carrerilla, lo que en valenciano diríamos “a bot redó”, boté desde las vías del tren, o sea, desde la parte baja del muelle de carga de la estación del ferrocarril, a la parte alta de aquella plataforma. El riesgo estaba en la probabilidad de no alcanzar altura suficiente y dar con mis canillas contra las angulares piedras que bordean el muelle o caerme de espaldas sobre las vías del tren, etc. Ninguno más de la pandilla lo intentó.

     Por supuesto, no es vanagloria lo que busco al destacar la abstención del resto de la pandilla; lo refiero por suponer que entonces mi hazaña debió de llenarme de satisfacción y orgullo, sin lo cual dudo que a estas alturas la recordara con frecuencia. Con la misma sinceridad añado que, de haber hecho el ridículo en aquella ocasión con un batacazo, no la hubiese evocado ni una sola vez, más bien la habría borrado muy pronto de mi memoria. Con todo, imagino que alguna virtud tendrán las experiencias exitosas porque, también hoy, la dichosa evocación ha venido en mi ayuda propiciando que escribiera lo que escribo. La dificultad que encaraba yo esta vez era que, a punto de acabarse el mes y sin saber todavía el tema que justificaría mi artículo, continuaba sin disponer del ordenador.

     Este prolegómeno me ha parecido necesario para justificar mi convicción de que, gracias a la dichosa evocación, la desazón causada por la avería del ordenador había desaparecido, simplemente por ser un pensamiento que estorbaba. Sabido es que hay pensamientos negativos con tanta o más vitalidad que los positivos y que sólo pueden combatirse con la concentración en sus contrarios. Pues bien, eso puede ser lo que ha ocurrido, que nuevos pensamientos, esta vez de los que ayudan, han ido ocupando mi mente propiciando que diera de seguida con un título tan elocuente como el que encabeza este escrito e, incluso, que me acordara de una recomendación de Émerson que me ha venido como anillo al dedo: “Dios no quiere que su obra se manifieste por medio de cobardes... Confía en ti: cada corazón vibra bajo esta cuerda de hierro”. Y lo más decisivo y sorprendente ha sido que me he puesto a manuscribir extrañamente ilusionado. No en vano estaba pensando: Si no actúas, de nada te servirá lo que pienses.

     El resultado ha sido que, en un periquete, lo que suponía una contrariedad se ha convertido en satisfacción. La solución estaba cerca y Whiteheat tenía razón: “Estamos rodeados de posibilidades infinitas, y el fin de la vida humana es lograr cuanto más podamos de ese infinito”. La idea de hoy, los pensamientos ayudan o estorban, me pedía acción inmediata, pero no bastaba mi propósito de anotarla en la pantalla de bienvenida del ordenador o en la principal del móvil para recordarlo a diario a modo de mantra (frase repetida para uno mismo, no como un papagayo, sino pensando intensamente en las palabras, sintiendo su interno significado). Por lo visto, frente a dificultades como la de hoy, la evocación de aquel salto ha sido positiva: Venía a decirme: “Tú puedes; hazlo”. Y aquí está.

     Por si lo dicho convence a alguien, añado: Ante una idea constructiva, no te conformes en anotarla o hablar de ella. Persíguela con energía, y aquello que puedas hacer con ella, hazlo enseguida, de manera que la acción sea empezada.

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