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    LA GRIPE Y LOS LIBROS


José Miguel Quiles


Una gripe ha sido desde siempre una buena excusa para leer. Me refiero a las gripes de antes, que podían tener un proceso de 10 ó12 días de cama. No siendo una enfermedad de morir se le aplicaban remedios caseros.

     - Eso… - me decían en casa - dos copas de coñac y a sudar, que la enfermedad siga su curso.

La gripe, como la piorrea o la gota, han sido tradicionalmente enfermedades de derechas, un poco románticas. Uno se tiraba una temporadita en la cama leyendo y luego volvía a la oficina pálido y alicaído:

     - ¡Huy!..., un trancazo, no bajaba de treinta y nueve de fiebre, casi la diño.

Sin embargo la gripe tenía un alto poder desestresante. Uno desconectaba de la rutina diaria y se metía en un mundo de algodón y pikolín una temporadita. El encanto de la enfermedad estaba en la lectura; ha habido escritores que han escrito para ser leídos exclusivamente en la cama, obras literarias a las que se le toma un cariño especial si se leen en medio de un proceso gripal. Este es el caso de Baroja. Pío Baroja era como el Desenfriol o el Frenadol: no curaba al enfermo pero le aliviaba las molestias. No todos los libros eran buenos compañeros en la gripe. Había escritores “plomos” que te hacían subir la fiebre y había libros que solo por su forma no se hacían querer, carecían de empatía con un cierto estado de ánimo, propio del estado febril.

Una gripe medianita, soportable, de 38,5º de fiebre, requería uno de aquellos ejemplares de los años cincuenta editados por Ediciones Cid o Editorial Perlado y Páez, o Editorial Losada. Libros de papel grueso en bastardillo, letra grande y que olían un poco a humedad. Estos libros han ido ganando con el tiempo, de ser agradables han pasado a ser codiciadas piezas de coleccionista.

Ahora la gripe es otra cosa, no requiere ya cama, hay medicaciones mágicas. La rapidez es la musa del progreso, no hay gripe pero hay stress. Y si se me apura, los libros también están en fase de extinción. El otro día me dejaron unas obras que me faltaban de los Episodios Nacionales. ¿De qué año serán? ¿En qué editorial? Yo me hacía ilusiones de bibliófilo.

     - Aquí tienes - y me dejó en la mano algo parecido a una habichuela metálica.
     - ¿Pero esto que es…?
     - Esto… un Pen drive. Tú tendrás Windows ¿no?

¡Me dio una pena! La medicina, la informática y en general la ciencia avanzan más deprisa que el propio ser humano; cuando a uno se le rompen los hábitos con los que se ha querenciado durante años, la vida se le desbarata. Se tambalea el firme que se pisa. El progreso y el cambio producen una ingrata sensación de soledad. Para mí la gripe tenía la belleza un poco melancólica de unos días de ruptura con el mundo exterior, de estar delicado, descansando… si acaso una tortillita a la francesa y unos polvitos disueltos en agua al mediodía. Era lo suyo, lo que requería el ánimo.

     - Tómate esto, es para la fiebre – me decían en casa - la enfermedad dura unos días…
     - Bien… – decía yo, con la voz débil y doliente que corresponde a un cuerpo invadido por los bacilos, atrapado en la desgracia. Y entonces, resignado, cogía un libro en una dulce mañana de silencio y de sosiego y se creaba ese entorno amable que debe rodear a un enfermo.

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