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        EUROVISIÓN       


Francisco L. Navarro
 


     Si alguien albergaba alguna duda acerca de lo devaluado que se encuentra el Certamen de Eurovisión, supongo que con los candidatos y los elegidos para el evento habrá tenido materia suficiente como para hacerse una idea del rumbo que llevan las cosas. Por si ello fuera poco, también el conjunto de sesudos, originales y excelentes temas de fondo que componían las letras ha sido la clave para completar el panorama.

 

     Y no es que yo sea escéptico, antiguo o que odie la música. Antes al contrario, aunque mi oído no sea precisamente un dechado de finura, y mi habilidad más reconocida sea el desafinar en todas sus escalas, siento un especial afecto hacia la música, sin importarme tanto el hecho de que sea pop, clásica, rock o salsa como el hecho de que su audición me resulte placentera y, a tal efecto, he conseguido un rincón en casa donde, sin grandes pretensiones, me retiro a escribir o leer mientras agradables sonidos me proporcionan un poco de paz, lejos del “mundanal ruido”.

 

     No obstante, después de leer el tratamiento que han dado algunos medios de comunicación a las personas participantes, con comentarios tales como: “El Chiki-Chiki fue uno más entre la fauna de televisión”, “Para horteras ellos”, etc., me mueve a exponer mi opinión, lejos de cualquier interés personal, dado que no conozco a ninguno de los participantes.

 

     Es evidente que, como tantos otros lamentables programas de televisión, estos medios de comunicación ofrecen lo que buena parte del público demanda y ahí está lo verdaderamente penoso y ahí es donde –sin duda– sí podemos localizar una variada “fauna” capaz de situarse delante del televisor, ver y aprender los modos y maneras que ofrece esa otra “fauna” que no titubea lo más mínimo en su afán de mostrarnos los trapos sucios de cualquiera (y si es de la propia familia mucho mejor) o hacernos ver lo ventajoso de decir públicamente lo enamorado que se está de una persona a la que en realidad se está acosando o, simplemente, tiene el mismo interés por quien quiere relacionarse con el/ella que yo en el cultivo de la zanahoria salvaje.

 

     El hecho de que, en el caso de España, la persona que ha sido elegida (sin duda con gran satisfacción  de las empresas de telefonía móvil que nunca bendecirán bastante al que inventó los SMS)  no tenga nada que ver con el mundo de la canción y se trate de un montaje, lo único que hace es ahondar en esa sensación que a más de uno nos embarga cuando nos acordamos de Eurovisión y, a más a más (como dirían los catalanes) si se la adereza con elementos tan apasionantes como el comparar con otras actuaciones o artistas y ya, para completar el muestrario, se añade que el General Franco sobornó de alguna manera a ciertos países para que Massiel ganara con el Lalala.

 

     Después de esto ya no sé si dedicarme a la pintura, cultivar champiñones en mi terraza o ponerme a buscar en Internet una isla desierta a buen precio para retirarme, dedicarme a la pesca, contemplar los amaneceres y puestas de sol mientras medito si puedo ahondar en  aquello de “ser o no ser” que, realmente sí es un dilema.

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