Ahora que ya he cumplido tantos años
(Tantos que se me fueron, en mi vida),
recuerdo, como un sueño sin fronteras,
las horas luminosas de mi infancia,
llenas todas de asombro, ante las cosas
que iba, incesantemente, descubriendo…
Recuerdo mi colegio, mi pupitre,
aquella gran pizarra, aquel cuaderno
que llené de “palotes” y borrones,
estrenando infantil caligrafía;
aquel “Catón” donde leía despacio
descifrando las letras, una a una,
y aquel Maestro que encauzó mis rumbos
y es ahora tierra con la tierra misma…
El patio, abierto al sol, entre tapiales,
con su puerta de hierro, la campana,
-lengua de bronce-, al aire suspendida,
que avisaba, cantando, los recreos…
Recuerdo la ilusión de aquel juguete
que colocó mi padre en mis zapatos
mientras soñaba yo que Los Tres Reyes
subían, calladamente, hasta mi casa
por una escalera de cristal de estrellas…
La merienda -¡mi pan y chocolate!-
las sesiones de cine de los jueves
y la Misa de doce, los domingos,
con aquel traje nuevo que dormía,
en el armario, la semana entera…
Recuerdo la escalera, estrecha y alta,
-ensueño de ascensión y barandilla-
y el cuarto donde puse mis retiros
para correr inmensas aventuras,
ganando guerras, asaltando fuertes,
o quitando un tesoro a unos piratas…
La pelota de trapo, los partidos
de fútbol, sin medida y sin descanso,
con porterías de libros y bufandas…
Y la cometa de papel de seda
meciéndose en el viento suavemente…
Y las ansias fervientes que tenía
de llegar a ser “grande” cuanto antes,
-porque el tiempo pasaba muy despacio-
para poder hacer las mismas cosas
que hacían ante mis ojos, los mayores…
Ahora que ya he cumplido tantos años,
mis bodas de Platino con la vida,
pienso que el tiempo pasa velozmente,
que se me escapa, raudo, entre las manos,
traspasando barreras insondables,
que amigos tuve que se fueron yendo
hacia la infinitud de un Mundo ignoto
… aunque yo sé que existe y Dios lo habita
y nos acoge en él, y nos bendice.
Pero… ¡Ya nunca volveré a ser niño!
(Ser niño es importante, es como una
balada de ilusión y de esperanza)