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Manuel Sánchez Monllor

LOS DIEZ MANDAMIENTOS


     Hace unos veinte años compartí mesa en Monovar con Domingo García-Sabell. Aquella velada dejó en mí un grato recuerdo. García-Sabell era presidente de la Real Academia Gallega de la Lengua y Académico de Medicina y de Bellas Artes. En su etapa universitaria mantuvo contactos con personajes tan legendarios como Baroja, Unamuno, Castelao y Valle-Inclán. En García-Sabell concurrían circunstancias especialísimas para que yo resultara altamente gratificado de nuestra conversación y de su enriquecedora palabra. A su extraordinaria formación científica y humanística, se unía su carácter afable y cordial.

 

     Conocedor de mi afición a las artes plásticas me refirió don Domingo su relación con el también gallego Ramón del Valle-Inclán, a quien, pese a la diferencia de edad, le había unido una amistad especial y me contó una de las experiencias vividas acompañando al genial literato. El conocimiento de aquel hecho, por su singularidad, me fue muy útil para la intervención que hube de hacer en la apertura de un curso de la Escuela de Relaciones Públicas, y sirvió en dicha escuela como tema de estudio y análisis sobre la oportunidad o inconveniencia de determinadas decisiones o propuestas por los responsables de esta actividad en las empresas.

 

Ramón del Valle Inclán y el joven Domingo García-Sabell     Data aquella vivencia de la época en que se celebraban en Madrid los Salones Nacionales de Pintura a los que concurrían los más afamados artistas plásticos. Era codiciado el premio; la medalla de honor acreditaba socialmente a quien la obtenía como un gran maestro de la pintura. Las obras que se presentaban eran en su mayor parte de temas costumbristas, por supuesto figurativas, y en muchos casos amaneradas. En la ocasión a la que se refirió don Domingo había expuesto el pintor Eduardo Chicharro que ya poseía la medalla por haberla ganado en 1922 con un cuadro titulado “Las tentaciones de Buda”. Este artista tenía extraños gustos simbólicos. Aconteció que Valle-Inclán visitó la exposición en compañía del joven García-Sabell. Cuando el director y responsable de relaciones públicas de la sala advirtió la presencia del ilustre y excéntrico escritor, informó al galardonado pintor de lo importante que sería para él que don Ramón se acercase a su cuadro y lo observara. El pintor, persuadido de la gran oportunidad que se le brindaba le invitó inmediatamente a que viese su obra premiada. “Con mucho gusto” –respondió el autor de Luces de Bohemia- y se acercó al cuadro. Ramón del Valle-Inclán miró insistentemente el cuadro de Chicharro titulado “Los diez mandamientos” y, aproximándose y distanciándose varias veces de él, observó las representaciones figurativas que daban título al cuadro.  El pintor insistió: “¿qué le parece don Ramón?” El escritor reflexionó y mirando de nuevo al cuadro respondió: “Creo que falta un mandamiento”.

 

     “¡Cómo!, no es posible, están los diez” –dijo el pintor-; “¿Cuál falta?”  El excéntrico literato, mirándole directamente, contestó: “Falta un mandamiento judicial para detener al imbécil que ha pintado este mamarracho”.

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