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Mª Teresa Ibañez

CUANDO ERA PEQUEÑA

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Cuando yo era pequeña los bosques no ardían con tanta facilidad como ahora, y los ríos eran limpios y transparentes.

 

Cuando yo era pequeña el verano era verano, el otoño, otoño… quiero decir que no había estos cambios tan raros y bruscos en el clima, que  hacen dudar de la estación en que estamos.

 

En Ayora, en invierno nevaba y jugábamos mucho en la calle. Aunque nevaba algún día todos los inviernos, siempre nos parecía algo maravilloso y procurábamos disfrutarlo; después, al calentarnos en casa, nos rascábamos con fuerza los sabañones que picaban a rabiar (ahora creo que ya no hay de “eso”).

 

Cuando yo era pequeña no conocíamos a Papá Noel. Solo venían los Reyes Magos, y nos traían juguetes sencillos que recibíamos con mucha ilusión.

 

Cuando yo era pequeña se recibían con gana las primeras cosechas de cualquier fruta o verdura porque no se tenían todo el año; ¡qué ricos estaban los primeros tomates, con ese olor especial que tienen cuando están recién cogidos de la mata. Y qué bien olían las rosas, los claveles, etc.! Ahora, la mayoría de estas flores no huelen a nada, ¿por qué será?

 

Cuando yo era pequeña las chicas no decían tacos. Ahora, como voy siempre en autobús, no dejo de sorprenderme al oír conversar a chicas que hablan de cosas de la universidad a la vez que dicen frases y palabrotas que las desmerecen totalmente.

 

Cuando yo era pequeña, si alguien se sacrificaba por los demás, si era generoso, si sufría por los otros, decían que tenía espíritu de sacrificio o que era bueno. Ahora dicen que es tonto.

 

Cuando yo era pequeña la noche era para todos, jóvenes y mayores, para dormir, descansar, soñar dormidos o despiertos y tomar nuevas fuerzas para el día siguiente. El día era para trabajar, estudiar, vivir y disfrutar de la lluvia o del sol, del paisaje y de la convivencia con los demás.

 

Algunos sábados por la noche había jóvenes que solían hacer serenatas a las chicas que pretendían. Se juntaban unos cuantos amigos y llevaban algún instrumento musical, si lo tenían; si no había entre ellos alguno que cantara bien, se pedía el favor a algún otro que sí lo hacía aunque fuera de otra pandilla. Iban recorriendo las calles donde vivía la chica que le gustaba a cada uno, y entonaban canciones de ronda bajo sus balcones. Ellas miraban, regocijadas, detrás de las cortinas, con las luces apagadas para no darse por aludidas. Los padres se despertaban un poco molestos por haberles interrumpido su primer sueño, pero se les pasaba enseguida pues en el fondo se alegraban de que sus hijas tuvieran algún pretendiente.

 

Cuando yo era pequeña, a los profesores se les trataba de usted y nunca se les perdía el respeto. Bastaba un apretón de manos para cerrar un trato. Se tenía en gran consideración la palabra dada, y a los padres se les tenía amor y respeto aunque nos obligaran a estar en casa a una hora determinada; nadie debía faltar a la hora de la comida o de la cena. Todo esto nos parecía normal. Ellos mandaban y los hijos obedecían. Es verdad que había menos libertad que ahora, que había escasez de todo, que no conocíamos los frigoríficos (solo neveras con hielo), ni lavadoras, ni televisión, etc.  Pero no se puede echar de menos lo que no se ha conocido.

 

Los niños jugaban tranquilos en la calle a las canicas o a cualquier cosa, y eran felices con muy poco; no había videojuegos ni cosas de esas, pero con los tebeos se pasaba estupendamente.

 

Con las personas mayores era distinto; acababan de pasar una guerra y había muchos resentimientos y heridas abiertas.

 

Si los jóvenes de ahora hubiesen vivido entonces se habrían comportado como nosotros, y viceversa. Pues no son los seres humanos quienes cambian, sino las circunstancias en que viven. No voy a decir como el poeta que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. En todos los tiempos hay cosas buenas y cosas malas, y yo recuerdo con nostalgia el tiempo de mi infancia. Compartiendo todo con mis hermanos, unos padres a los que respeté y quise muchísimo, unas abuelas (a los abuelos no los conocí) dignas de ser recordadas y con unas normas que me parecían justas y procuraba cumplir.

 

Me gusta pensar en el pasado; el futuro me asusta un poco, es todo tan incierto, hay tantas cosas que para mí son difíciles…

 

Pero me pongo en las manos de Dios, que sea lo que Él quiera.

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