RAMÓN JAÉN
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Vicente Ramos
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De talante noventayochista y estilo sensualista, este buen escritor ilicitano, nacido en 1883, cursó el Bachillerato en el Instituto lucentino y se doctoró en Derecho y en Filosofía y Letras en la Universidad Central.
El magisterio de Gumersindo de Azcárate orientó su actividad como profesor del Instituto de Reformas Sociales y administrador de la Residencia de Estudiantes.
En 1915, Ramón Jaén Fuentes marchó a los Estados Unidos para ejercer la docencia en la Academia militar de West Point, no sin antes recorrer la geografía de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, “caminos de la última jornada por España”, trasladándose luego a Algeciras desde donde, “en uno de esos vaporcitos blancos de ruedas que hemos visto en los cromos suizos”, se dirigió a Gibraltar, en cuyo punto “comenzamos a sentirnos lejos de España”.
En Nueva York, nuestro comprovinciano, que se sintió inmerso en un mundo de “plena locura”, evocó su paisaje natal de alas blancas y encendidas: “Cerramos los ojos –escribió- y vino a nosotros un pueblo del Mediterráneo, claro, un pueblo, donde, en un cielo siempre azul, abren el esplendor de sus abanicos verdes miles de palmeras, y, de este pueblo, recordamos una plaza vieja donde hay una fuente y una casa, vieja también”.
La imagen surge fundida con la de su madre, que, en aquella placita, estaría, tal vez, rezando por el hijo: “Detrás de las vidrieras de sus balcones se sienta, en esas tardes calladas de los domingos de España, una señora toda de negro, pálida, con esa palidez de marfil que sólo tienen los elegidos, los que han sufrido mucho”.
La señora trocó la melancolía en lágrimas cuando supo que no había camino de retorno para el hijo, a la sazón profesor de la Universidad de California, cuya vida se extinguió el 26 de marzo de 1919.
La Naturaleza ardió en el espíritu de Ramón Jaén, “el mejor embajador del españolismo”, a juicio de La Tribuna, de Nueva York, hombre genuinamente mediterráneo: “Para estar contento –confesó-, me bastan un día de sol y el trino de un pájaro. Cuando triunfa el sol en la esplendidez azul de un cielo sin nubes y cantan los pájaros locos y borrachos de luz su canción de amores, creo en la vida”.
Como literato, al autor de La oración del huerto lo podemos encuadrar en la escuela modernista, ya que su prosa se alza recamada y llena, casi exultante, de sensaciones. Prosa de tempo lento, sensual, esteticista.
Estudioso de la psicología de su pueblo, Jaén ve a sus actuales paisanos dotados de igual carácter que sus antepasados – “el tiempo ha corrido en balde”, -sentencia- y lo mismo acontece con el rico folclore, especialmente la música, nacida del “espíritu soñador” del ilicitano que “compone sus cantos siempre perezosos, lentos, desmayados...”.
El Ayuntamiento de Elche rindió homenaje a la memoria de Ramón Jaén Fuentes, dedicándole, en 1919, una calle de “casas blancas como la leche”.