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LA SEPARACIÓN


José Miguel Quiles


     Antes, cuando uno quería formalizar la relación con la novia hablaba con los padres, ahora cuando uno se quiere separar de la mujer debe hablar con los hijos. Por eso yo convoqué a mis dos hijos y les hablé muy seriamente:

 

     - No creáis que lo que os voy a decir es fruto de una ventolera mental, solo Dios sabe lo que me cuesta deciros esto, pero desde el convencimiento de un marido que ha caído en el oprobio y desde la valentía que debe tener un hombre de bien, debo comunicaros que voy a separarme de vuestra madre.

 

     Mis hijos me miraron con asombro, yo no pude mantenerles la mirada y mis ojos se cerraron de vergüenza y de tristeza, solo entonces sentí el desgarro puro de una familia destrozada.

 

     - Vuestra madre y yo funcionábamos bien al principio, teníamos lo esencial, yo cobraba 22 pagas repartidas en 12 meses, además gozaba de una facilidad de erección envidiable… todo iba bien. Fue mucho después cuando la relación dio la vuelta, cuando vuestra madre se empezó a aficionar al deporte… Yo bien hubiera querido que leyera Telva o Interviú, pero no, ella leía el Marca… a ella le preocupaba la Directiva del Barça, a ella le preocupaba Florentino Pérez, o cómo iba el Villareal… naturalmente esta preocupación de vuestra madre por los asuntos deportivos me preocupaba a mí. Y aquello fue a más. Cada tarde cuando nos sentábamos a ver la tele, no me preguntaba por mi trabajo, ni hablaba de sus cosas, me hablaba de Joan Gaspar, de Javier Clemente…y en todo ponía la pasión y el frenesí del fanatismo. A todo aplicaba un profundo sentimiento un poco romántico. Cuando cesaron a Quique Sánchez Flores del Valencia, del berrinche que cogió estuvo 3 días sin hacer de “caliente”. Ella decía que “tenía cara de buen chico, que se parecía a su madre. Yo le decía “¡leche, aunque tenga cara de buen chico, que tenemos que comer…!”. Nada, estaba abatida. Tantas eran las pruebas de su insólita actitud  que  busqué, investigué, y descubrí al fin la razón de su pasión por el deporte. Una fotografía en el armario de la cocina, donde guarda el pimentón, hábilmente ocultada. (¡Qué duro resultó decir esto a mis hijos!).

 

     - Vuestra madre ha caído en una adúltera relación con José Ramón de la Morena… – Me miraron los dos con estupor. Un sollozo colapsó mi garganta y reanudé mi charla con un hilito de voz, como un niño:

 

     - Habéis de saber que las personas que prestan su voz y su imagen a los medios de difusión, la TV, la radio, tienen un gran poder de atracción sobre el otro sexo. Os diré que uno de los hombres que más pasiones levanta en este país es el “Hombre del Tiempo”…lo ven millones de ojos, un movimiento sosegado y con donaire del brazo, así…, y decir al mundo: “según el mapa isobárico se acercan borrascas y chubascos por toda la cornisa cantábrica…” puede prender fácilmente en un corazón solitario; además juega el diapasón de la voz, el rictus del semblante, la elegancia del gesto. Nunca faltará una mujer que diga: “se parece mucho a robertailor…”.

 

     - Y este es el caso, no creáis que hay un acercamiento personal, no, el tal José Ramón ha enamorado a vuestra madre de forma psicológica, abstracta, cada noche la lleva con su voz y con sus entrevistas a un jardín florido que a ella le parece mágico como es la Champions League, el Tour de Francia, Federer, Hamilton… una mente ingenua idealiza lo desconocido.

 

     - El otro día cuando Murray le iba ganando 4-3 a Nadal dije yo: “malo… mañana no hay comida…”  y yo mismo me hice una ensaladita. ¡El pollo que montaba la pobre, cada vez que Nadal perdía el resto! (decía: le viene estrecho el pantalón al pobre y siempre está con la mano detrás…) y otro disgusto cuando el Bayern de Munich le ganó al Getafe. La última vez que hice el amor con ella fué el día que España le ganó a Alemania. Cenamos en el “Nou Manolín”. En la oscuridad de la noche, me miró con unos ojos brillantes de felicidad y deseo y me dijo:

 

     - “¡¡Podemos!!” – y yo me tiré como un loco…

 

    - Y cada noche en la intimidad del tálamo conyugal, llega hasta mi oído un maullido lejano, un maquiavélico rasgueo de reptil entre la sábanas: “ iu, iu… güi, güi…”, es el audífono adúltero, y me invade un odio asesino:  “¡Osstias, ya está ahí el José Ramón de los huevos…!”.

 

     - Así que comprenderéis que haya decidido separarme de vuestra madre; he trabajado 45 años como un blanco, tengo derecho a un tiempo de sosiego hasta que Dios me conceda el descanso supremo… Y allí murió mi entereza y lloré, lloré con lágrimas que salían del alma.

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