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OBRAS SIN ACABAR, ESO ES LO QUE SOMOS

(por Matías Mengual)

Matías Mengual


     No tuve que esforzarme para corregir el rumbo cuando me jubilé. Sencillamente, se iniciaba en mi vida una etapa con otras expectativas ilusionantes: escribir y pintar a mis anchas, lo cual venía siendo últimamente mi esperanza más acariciada. La pintura, por ejemplo, que había sido mi vocación frustrada, iba a ser en adelante mi ocupación preferida, y así ha sido. En la nueva etapa, pintar y escribir fueron apasionadas tendencias que mantengo todavía, a D. g.

     Por supuesto, a Dios debo estarle agradecido por la satisfacción íntima que me proporciona poder consagrar mi tiempo en la culminación de tan apetecidas dedicaciones, pintura y escritura, pues dispongo en cada amanecida de veinticuatro horas por estrenar ante mí. Y de manera especial, mi deseo es que subyazca en mí el sentimiento íntimo de estar programado por la naturaleza para alcanzar los objetivos autoimpuestos; para tener éxito antes que para fracasar; para superar cualquier obstáculo o problema que se presente solo. Programación idéntica para toda la especie humana, claro está. Por ende, el modo en que uno se ve se convierte en objetivo interno, ya que el cerebro responde al contenido de la mente sin tener en cuenta si nos beneficia o perjudica un pensamiento. Personalmente me considero una obra inacabada. Uno sabe que cualquier sentimiento de inferioridad no es resultado de los hechos, sino de la evaluación de sus propias experiencias. El conocimiento de una actuación inferior tampoco tiene por qué afectar nuestro sentido de autovalía o entorpecer nuestro deseo de superación. Así pues, ¿qué entorpece la realización de tal deseo; por qué no aprovecho cada día parte de ese tiempo sin estrenar para alcanzarlo? ¿Será por falta de comprometerme?

     Jurar es comprometerse. El juramento es un estímulo efectivo del comportamiento: constituye la declaración delante de otros de la intención de hacer algo. Por eso he llegado a pensar que la interdicción eclesial del juramento en vano -No jurar el santo nombre de Dios en vano- trata de evitarnos el imperdonable fallo que supondría perder la fuerza estimuladora en la mente del que promete sin fundamento. Aunque, como estímulo, una promesa es menos efectiva que el juramento, pues implica la posibilidad de que los otros la olviden, con lo cual uno deja de estar obligado a cumplirla, una simple promesa puede promover la acción conveniente y mantenernos en ella. Para mí, un compromiso formal nos ayuda en la consecución de un objetivo costoso o difícil de alcanzar. En consecuencia, si con ánimo de trascender en mi vocación literaria, pongo por caso, afirmo yo ahora aquí que comparto la tesis de aquel famoso escritor que dijo “los autores no eligen el tema, el tema les elige a ellos”, ipso facto, adquiría ante mis lectores el compromiso de seguir en lo sucesivo una temática trascendental para mis artículos. En cambio, callándome, la trascendencia de cuanto escriba me tendría sin cuidado, en cuyo caso lo más probable sería que pasase del tema.

     Estoy convencido de que el ser humano ha de hacerse o realizarse plenamente, ha de perfeccionar su ser en ésta o en otra vida. Para cumplir cuanto antes la tarea que su propia esencia espiritual le impone, uno no tiene más recurso que acrecentar el ser de las cosas que tenga entre manos para hacerlas coadyuvar mejor en su propio perfeccionamiento, mediante la conquista o realización del ser trascendente que, por su finitud y contingencia, no es, pero para el cual está esencialmente hecho.

     Nada puede perderse si intento ir rematando la obra inacabada que soy. ¿Y de qué manera? En pintura, exigiéndome más en mis mejorables obras en busca de la Belleza. Consciente de mi compromiso, lo más inmediato es la comprobación diaria de haber aprovechado, al menos, una de las horas por estrenar en tal propósito. Y escribiendo, tres cuartos de lo mismo: buscaré la Verdad, hasta que sean los temas los que me elijan, y no al revés.

     ¿Cuántos amaneceres me quedan?

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