Aun existen milagros, los he visto
cuando amanece Dios cada mañana
y se cubren las flores de rocío
del alba.
Los he visto en las horas del ocaso,
al ocultarse el sol tras las montañas,
pintando, en el confín del horizonte,
irisaciones grana;
en la brisa que mueve, entre susurros,
la clorofila viva de las ramas;
en las aves parleras,
en los peces de plata,
en la lluvia, en el viento y en el canto,
repetido y tenaz, de las cigarras.
Aún existen milagros, los he visto
en cada sensación que vivo, en cada
latido de mi pulso y de mi sangre
y en todos los afanes que me embargan.
¡He visto a Dios y he visto Sus milagros
en la risa de un niño, y su mirada!