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Demetrio Mallebrera Verdú

A corazón abierto
(por Demetrio Mallebrera Verdú) 

LA SONATA DEL CORAZÓN

     La soprano Ainhoa Arteta ha sido entrevistada en los medios de comunicación como consecuencia de haber sacado un disco claramente comercial, supongo que para los días navideños, con temas que esta vez no se quedan en arias de óperas de Verdi, Mozart, Puccini o Wagner, sino que le ha dado la vuelta a “La vida” (así se llama el nuevo disco) cantando, como los ángeles solistas (que debe ser la repera poder oírlos), melodías conocidas del pop, del bolero o del jazz, pongamos como ejemplos conocidos las del legendario Elvis Presley, el intimista Jacques Brel, el populista Paul McCartney o el rítmico Silvio Rodríguez, entre otros. Ha cambiado, por unos días, la lírica por la “marcha”, haciendo sin necesidad de fusiones raras, una lírica marchosa. Como otros afamados cantores de lo clásico, le ha puesto a esa música que siempre se ha llamado “ligera” un toque tan personal y profesional que lo que me ha llamado la atención de la entrevista es que haya dicho que, cantando “Ne me quitte pas”, el sentimiento la haya vencido, y ella, como el mismo autor, Jacques Brel, en sus últimos compases, se tiene que contener, porque, aunque dice que en la grabación no se nota, ella también llora. Y que en los vídeos promocionales y en el renovado repertorio tiene que interpretarla la última porque tras ella es imposible seguir cantando hasta que pase un buen rato.

Ainhoa Arteta      Pero aún me llamó más la atención cuando dio la siguiente respuesta a otra pregunta: “A mí me sucede que cuando escucho música clásica no puedo hacer nada más. No es que no pueda conducir o cocinar, es que no puedo ni comer”. ¿No le pasa a usted lo mismo, o parecido? Yo, por lo menos, reconozco que hay determinadas piezas musicales que no puedo escuchar en el coche o en un ambiente cargado de ruidos, porque acabo mal de los nervios y aún no tengo esa capacidad de dispersión que me hace conciliar varios sentidos que me llevan a sentimientos y a pensamientos. La música nos habla, y lo hace muy seriamente. ¡Y pensar que hay quien utiliza tan sublimes y armoniosos tonos como música de fondo, como entretenimiento, o, bondadosamente, como compañía, cuando en su fundamento hay tanta energía y un diálogo tan profundo! El arte tiene eso, y, además, quieras o no quieras, es exigente, y hasta cuidadoso de los autores, intérpretes y público en general. ¿Acaso se puede hacer otra cosa cuando se realiza o se contempla un cuadro, se borda o se teje minuciosamente un cojín, se asiste a una obra de teatro, incluso se baila a un ritmo que él solito manda sobre nuestros pies, músculos y nervios? ¡Qué poder tiene la música, Dios mío, sobre nuestro cuerpo y aún más sobre nuestro interior! ¡Cuántas piezas nos han hecho emocionarnos, transportarnos a paraísos celestiales, embobarnos, encontrar placer, traernos miles de recuerdos!

 

     Este Papa intelectual que ahora tenemos hablaba del arte cristiano como arte sumamente racional si pensamos en el gótico, en el barroco, en la gran música, como expresiones artísticas de un razonamiento muy amplio en el que llega a decir, parafraseando a los salmistas, que allí, en el arte, “el corazón y la razón se encuentran; la belleza y la verdad se tocan”. Para él, el arte y los santos son la mayor apología de nuestra fe. Y añade, además, que él cree que la gran música que nació en la Iglesia sirve para hacer audible y perceptible la verdad de nuestra fe, desde el canto gregoriano hasta la música de las catedrales, con Palestrina y su época, Bach, Mozart, Bruckner, y otros muchos. Al escuchar todas estas obras -las Pasiones de Bach, el Réquiem de Mozart…, y las grandes composiciones espirituales de la polifonía del siglo XVI, de la escuela vienesa, de toda la música, incluso de compositores menos famosos- inmediatamente sentimos: ¡es verdad! Donde nacen obras de este tipo, está la Verdad. Sin una intuición que descubre el verdadero centro creador del mundo, no puede nacer esta belleza. El escritor francés Paul Claudel encontró la fe que le desazonaba asistiendo a la Misa de Navidad de Notre-Dame, donde la música polifónica y el Adeste tocaron la sonata de su corazón.

 

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