VERÁS LO QUE DESEES VER
(por Matías Mengual)
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Según la Filosofía Hermética, toda causa tiene su efecto; y todo efecto tuvo su causa. En definitiva, todo ocurre de acuerdo con el Principio de Causa y Efecto, o, lo que viene a ser lo mismo, Ley de Causalidad. De manera que, así como cada uno de nosotros tiene dos padres y cuatro abuelos y ocho bisabuelos y dieciséis tatarabuelos…, así también sucede con el número de causas que subyacen tras el suceso más nimio. Está claro, pues, que, sin causa, no puede haber efectos. Lo que hace que una causa sea causa son sus efectos. Así que, sin efectos, tampoco habría causas. En definitiva, nada hay fuera de esta Ley, y nada ocurre en contra de ella.
Por supuesto, ninguna cosa puede producir o crear otra. En realidad, la causa y el efecto existen meramente en los sucesos. Por lo tanto, existe siempre una relación entre todo lo pasado y todo lo que sigue. Del pasado, podemos considerar ahora, hipotéticamente, que, si cierto muchacho no hubiese encontrado a cierta mujer en la Edad de Piedra, ni estaría yo ahora escribiendo todo esto ni mis amables lectores podrían leerlo. Y en cuanto a lo subsiguiente, consideremos también que un aborto voluntario presupone hoy el imperceptible truncamiento en su inicio de otra pirámide de causas y efectos similar a la de antes, de la cual constituimos nosotros ahora su base. Lo cual significa que millones de seres no verán la luz. Pero si esto, que escrito queda, hasta determinados ámbitos llegara a trascender, a lo mejor, cierta muchacha no abortara.
Un pensamiento puede ser causa de muchas reacciones entre la dicha y el pesar, el placer y el deseo o el amor y el miedo. O sea, que el pensamiento tiene lugar primero, aunque nosotros creamos que es al contrario. De ahí la conveniencia de cuidar lo que pensamos, pues siempre será mejor actuar antes sobre el pensamiento que sobre sus efectos (“…y quitada la causa se quita el pecado”, aconsejaba Sancho a don Quijote para buscar el remedio de los males en su origen) o sea, que siempre resultará más fácil suprimir la causa que corregir sus efectos.
Nuestros pensamientos no son ni grandes ni pequeños, ni poderosos ni débiles. Simplemente, son verdaderos o falseados, y, sin duda alguna, aquellos que son verdaderos crean a su semejanza, despertando paz y amor; mientras que los que son ilusorios o falseados “fabrican” a la suya, arrancando agresividad y miedo. Y, por lo que afirman los especialistas, no hay pensamientos neutros. Los pensamientos parecen imágenes que, aun siendo “fabricadas” por uno mismo, atribuimos a la función de nuestros ojos. Claro que eso no es ver, obviamente. Eso es fabricar imágenes o crearnos ilusiones que reemplazan la visión verdadera. Rara vez se acoge bien esta idea al principio, por aquello de que de ilusión también se vive. Aun así, confío en que mi amable lector o lectora llegue a comprobar ahora mismo que tal hecho ocurre. Bastará con que mire cualquier cosa de su entorno, consciente de que está mirando determinada cosa en concreto. Si, a continuación presta atención a sus pensamientos, percibirá que está relacionando lo que mira con algo ya pasado: Más que ver lo que mira está viendo sus propios pensamientos. Y, a mayor abundamiento, si tal ocurre mirando un mueble, por ejemplo, o determinado libro, considérese cuán difícil ha de resultar ver realmente a una persona.
Con percepciones erróneas, que es lo que ocurre cuando estás convencido de que lo sabes, no se puede aprender, puesto que, inevitablemente, pocas cosas de las que hacemos resultan en beneficio de lo que nos conviene. Son tus pensamientos los que deciden. Y nada, excepto tus propios sentimientos, puede probarte que esto no debiera ser así. La mente es el mecanismo de decisión. Y por ello ayuda mucho pensar que la mente es lo único que puedes salvar. ¿Te has planteado alguna vez descubrir previamente, de entre todos los objetivos conflictivos de tu mente, cuál es el resultado que verdaderamente deseas obtener y el porqué? No lo sabes. Recuerda pues, que causa y efecto no están nunca separados; cada pensamiento que tenemos contribuye a la verdad o la mentira; y el acto de pensar y sus resultados son en realidad simultáneos. Cuando hayas visto una cosa de otra manera, verás su propósito o significado, no lo que tu pensamiento te muestra, y empezarás a ver todas las demás cosas también de otra manera y a decidir mejor.