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POR REYES, UN CUENTO: MICIFUZ
(por Antonio Aura Ivorra)


     Tras la inquietante audiencia de Herodes, como en una apresurada visita de estado solo les quedó tiempo para departir con los pastores y ofrendar a un Niño. Después, agotados por tan largo viaje, nuestros personajes regresarían a sus dominios con el recelo del horroroso infanticidio que nunca conocieron. Allí retirados, entregados a la astrología y a la meditación, se desvanecieron con sigilo en la historia.

 

     Sin embargo, la visita, recogida en sus libros por un recaudador de tributos llamado Leví -el evangelista Mateo- quedó para la posteridad en parca reseña (Mt. 2, 1-12) que la rescató del olvido. La tradición se ocupó de difundirla en forma de belenes y cabalgatas con regalos:

 

     Por orden del señor Alcalde, el alguacil hacía saber un día antes por los rincones del pueblo que, como todos los años, los Reyes Magos llegarían con puntualidad a la Plaza Mayor. El domingo anterior se habían enviado las cartas petitorias y esa era la respuesta. Y llegaron, con ligero retraso como todos los años,  a lomos de tres machos romos enjaezados precedidos de dolçaina y tabal y una alegre algarabía que entusiasmaba; detrás, pajes con escaleras, de cara de charol y cabeza con turbante, acémilas a plena carga, un furgón repleto –baca y todo-, banda de música y todo el pueblo expectante. Melchor, Gaspar y Baltasar, ceremoniosos, descabalgaban y ascendían majestuosos por la escalinata hasta la puerta de la Iglesia. Allí se celebraba el rito de la Adoración, Niño Jesús en brazos del párroco. A continuación, la cabalgata:

 

     Aunque las calles no disponían de guirnaldas iluminadas, las casas tenían sus puertas abiertas de par en par y su luz interior resplandecía. En muchas, se preparaba la mesa con mantel de domingo, mistela de Teulada o Jalón y bandejas de magdalenes, pastissets, rosegons, mantegada, ametlats… elaborados artesanalmente, para los pajes que entregaban los regalos y para quienes quisieran degustarlos.

 

     Muchos paquetes, envueltos con papel de colorines, contenían más ilusión que regalos. Voluminosos sí que eran: Algún plumier, un tambor, carteras de cartón para el cole, una peonza, cocinitas o muñecas para las niñas, rompecabezas, caballitos de madera y algún coche o motocicleta con sidecar de latón, procedente todo de las factorías que los Reyes Magos tenían en Denia, Onil e Ibi  abaratando portes, era el contenido habitual; completaban la dotación escampillas artesanas, aros metálicos y algún saquito de canicas que sustituían a los huesos de albaricoque. ¡Ah!, y estuches “Alpino”; y virutas, muchas virutas de madera donadas generosamente por el carpintero del pueblo. Así y todo, no siempre había regalos para todos.

 

     Sin embargo, la inteligencia y el afán de los Magos por contentar sin exclusiones, que les llevó desde costosos intentos de  deslocalización y expansión mundial a la simple delegación en los padres de familia, opción más creativa y de menor coste estructural, remedió la carencia:

 

     La idea fue de Baltasar, que, acostumbrado como estaba a las penurias -sigue estando, no cesa de acumular experiencia-, quiso que todos los niños tuvieran su regalo. Ese año, puso de moda en el pueblo las mascotas y aprovechó la venida al mundo de unos cuantos gatitos de raza común, es decir gatuna sin más, fruto del amor de Micifuz y Robustiana noticiado por los Cantores de Hispalis.(1)  (Permítaseme el anacronismo).

 

     Sin abandonar a Robustiana apartó Baltasar los cinco de la camada, sin pedigrí, consecuencia del libre mestizaje callejero  -“entre cubos de basura y espinas de boquerón”-;  los alimentó hasta el momento de su entrega; les otorgó el título de mascota; preparó cinco jaulas envueltas en papel de colores con lunares de agujeros para entregarlos, y los obsequió a aquellos que habían perdido la ilusión.

 

     Con el tiempo, bien nutridos, se adornaron presuntuosos con el lustre, la elegancia y la agilidad propia de su estirpe a pesar de su origen barriobajero. Todos, igualitos como eran, podrían llamarse Micifuz, meritorio nombre gatuno. Y es que los gatos son así. Hay que verlos cuando bostezan y se desperezan.

 

¡Menuda sorpresa se llevaron los chiquillos al recibirlos!

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(1)  Los Cantores de Hispalis: “Micifuz y Robustiana” - http://www.youtube.com/watch?v=OgGC5TKuXAA

 

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