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EL HOMBRE EN PELIGRO
(por Francisco L. Navarro Albert)
 


     Para los que somos aficionados a la lectura, esta no es un simple pasatiempo, se convierte en un placer que nos permite evocar paisajes insólitos, dramáticas situaciones, mundos paralelos en los que formamos –inconscientemente– parte de la escena que se describe. Incluso extraemos algo positivo cuando tenemos la mala fortuna de tropezarnos con un “bodrio”, ya que –al menos– quedamos vacunados ante otros posibles ataques del mismo autor.

 

     El verano, por lo que supone de cambio de actividad (o inactividad, según se mire) o de situación, es una estación propicia para solazarse con una buena lectura, para “perder” ése tiempo que tantas veces empleamos en asuntos que luego advertimos  –con el discurrir de los días– que eran mas bien livianos, intrascendentes, comparados con tantos otros que solemos eludir porque requieren una mayor atención de nuestra parte.

 

     Debo reconocer que suelo ser impulsivo en la elección de los libros y la mayor parte de las veces con gran fortuna, ya que me suelo basar en lo que sugiere el título, al margen de las referencias que haya podido obtener sobre el autor.

 

     Así, este pasado verano leí el libro “La marea hambrienta” del escritor hindú Amitav Gosh. Desarrolla una trama que tiene lugar en un sitio imaginario, pero con situaciones absolutamente actuales que podrían desarrollarse en cualquier país.

 

     Me impactó una de las escenas en la que uno de los protagonistas, ante la dramática situación en la que agentes de la policía intentan desalojar a personas sin recursos del campamento que han instalado en una reserva natural, se pregunta: “¿quienes son estas personas, que aman tanto a los animales que están dispuestas a dejarnos morir para salvarlos? ” y añade seguidamente: “este mundo en que vivimos se ha convertido en un mundo de animales y nuestra culpa, nuestro crimen, es ser personas”.

 

     Asistimos cada día a nobles y magníficas campañas. Unas serán para salvar al lince ibérico, otras para impedir la caza de ballenas, aquéllas para proteger al quebrantahuesos… ¿Será también necesario que el ser humano pase a formar parte de la categoría de “especie en peligro de extinción” para que la sociedad, los que constituimos la parte privilegiada de esa especie maltratada que es el hombre, exijamos a políticos y gobernantes –de una vez por todas– que se dejen de actitudes ambiguas, se deje de presionar a los que no tienen recursos (porque se los hemos arrebatado previamente) y se les enseñe a gestionarlos de manera que puedan vivir dignamente? Y ello, no con el afán de arrebatárselos más tarde, sino para que no se vean obligados a mendigar unos bienes de los que no disponen únicamente porque nuestra codicia lo ha venido impidiendo año tras año, siglo tras siglo, bajo la pretendida excusa de que les hemos llevado la civilización.

 

     Cuán cierto se ve ahora el contenido de la cita “el hombre es un lobo para el hombre”.

 

     Ojalá tuviéramos un día el coraje de dejar, al menos, lo que nos sobra. Pero quizá nos lo impida el orgullo, la soberbia, el afán de poder… tal vez la ambición por ser “el más rico del cementerio”, pues más allá no conseguiremos llegar con todo lo que hayamos conseguido acaparar en toda una vida de rapiña.

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