Estoy en mi caseta de campo. La casa es grande y tiene comodidades, balsa-piscina, agua, luz, pinos, muchos pinos con sus sombras, y tres bancalitos, y aquí estoy yo más feliz que el Guerra (no se quién era pero supongamos que era infinitamente feliz), y conmigo: mi mujer, mis hijos y nueras que salen todos los días a trabajar, y aquí viene lo bueno: mis nietos. Son seis, cuatro chicas y dos chicos, pero actualmente (ayer se marchó la mayor, Inés, 20 años) tengo aquí a dos, hermanos, Rosa (9) y Gaspar (8).
Y vayamos por la canción de mi juventud, arriba escrita, ¿por qué mi cerebro la tararea constantemente en estos días? Y lo escribo con intento de averiguar su motivo, o sentido (no sé qué calificativo encaja, sean los dos) y... voy hilvanando frase de aquí, mirada de allá, risas y celos (casi escribo “envidias”, bueno todo es familiar, aunque no sanguíneo, ya estoy liándome) y vayamos al meollo:
Me siento niño o actúo como tal (¿peligro?), me comporto con los dos nietos como si fuera uno más de ellos, canto, grito y reímos (muchas risas) y hacemos travesuras todos los días; ejemplo (como decía el maestro), ayer mismo, el padre de Gaspar, mi hijo, estaba haciendo sus necesidades en el aseo, que tiene una ventanita que da al exterior pero dentro del terreno, y al primero que se le ocurre lanzar una piedrecilla al ventanal es al abuelo. Las risas de mi nieto me llevaron a repetir, y tuvimos que salir corriendo perseguidos por la abuela; es un dato a acumular. Otro: cogimos una serpiente pequeña (unos 40 cms.) y la guardamos en una caja de plástico trasparente, llenándola a la mitad de turba, y allí vive; yo digo que es una lombriz grande, mi nieto y los demás que una serpiente ya que ha cambiado de camisa y además ha sacado la lengua, yo contra todos, y culpable con mi nieto de conservarla. Otro: nos acostamos los tres, hora de siesta; los saltos sobre el colchón y los gritos molestan a los demás, algo se rompe y hay risas, muchas risas (la culpa: el abuelo, que es más niño que sus nietos, sentencia la abuela). Llega un momento en que vuelvo a mi sitio: honorabilidad, sensatez, prudencia, educar, ejemplarizar, etc. etc. (¡qué aburrimiento y cuánta falsedad!), me zafo y vuelvo con los simples: claridad, admiración y sorpresa, bondad, ternura, compañerismo (sí señor, he detectado además de amor, lucha entre ellos por ser más amigo del abuelo, por protegerlo, y enfadarse si me gritan o me reprenden), todo eso que emana y brota virgen, sin impurezas, limpio como el azul del cielo, de unos manantiales nuevos (no me atrevo a imaginar que yo los he creado, ¡Dios perdone mi atrevimiento aunque sea de pensamiento!) pero sí es dicha que yo lo estoy descubriendo, lo veo, lo noto, lo palpo, todos los demás lo ignoran o no quieren perder el tiempo en contemplarlo, ¿para qué? Eso no vale, no nos reporta ningún bien (bienes materiales, mejor monetarios, que es lo que entiende hoy la sociedad ilustrada y triunfante, a pesar de sus millones de años).
Podría enumerar más diabluras para comprender el cambio de opinión ¡digo yo! que proclamo. Hay una, que si bien la practico por ellos también la hago por mí, me siento satisfecho, me entusiasma: imaginación, fantasía. Ayer mismo, limpiando la pajarera, me encontré un pequeño revolver antiguo medio roto. Se lo entregué a mi nieto, y la pregunta: ¿dónde lo has encontrado?, y ahí va la respuesta: es de un nieto de un corsario, cuyos tesoros guardaban por los montes, y en la cueva de los niños perdidos allí estaba. Fuimos a la cueva y etc. etc.
Y entonces me pregunto yo: ¿será que estoy perdiendo el norte? ¿estaré borracho, como dice la canción? Pues sí, quiero estar borracho y disfrutar de mi borrachera, desprecio la tuya, la vuestra, tan borracho estás tú como yo, pero la sociedad, el pueblo, pone la etiqueta: demencia, y añaden, senil, y se ve que no hay más calificativos bochornosos, inhumanos y tristes para acabar con las vidas que se prolongan un poco ¿Qué se sabe de este resumen, esta selección de vicios y virtudes, penas y alegrías que has ido llevando durante tu vida? El Juicio final se nos acerca y Dios es el Juez, no tú, ni tú, ni aquel, ni ese ni el otro. Todos tienen que pasar por él. Guardaos vuestras ocurrencias; esto nunca el hombre lo podrá juzgar, y como no puede llegar a ello lo descalifica para siempre... Y ahora el dilema: ¿me habré vuelto loquito? Pero no lo creo porque razono, y si razono existo, y si existo he vivido en los dos bandos, y aunque viva en el antiguo, en el de todos, añoro, respeto y de vez en cuando hago una escapada a ese otro maravilloso, y como lo voy escribiendo, lo testifico.
¿Estoy borracho? Sí, si señor, borracho de amor. La borrachera es pasajera, lo sé, y temo que el efluvio que me la causa se contamine, se agríe y me lo quiten otros amores. ¡Dios, algo quedará! No rompamos la copa y sigamos ansiosos de llenarla, y que siempre reluzca aunque en algunos momentos sólo me hayan escanciado un algo de ese cariño que me emborracha.
Y dentro de unos días viene el resto: Laura, Javier y Sara, cantidad de brebaje que temo no vaya a poder aguantar: morir de cariño, ¡Dios me oiga!