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NOSTALGIA DE UN JUBICAMERO

(por Francisco Mira Alfonso)


     Año 2002. Estaba con el ánimo por los suelos. Un día vagaba por la Rambla y me encontré frente a la sede de jubilados de la CAM. Pensé un momento y decidí subir. Bendita la hora en que lo hice. Al entrar en la sede, a la izquierda, en un despacho estaba Pepe Barberá, quien al verme salió rápido a saludarme y darme un abrazo. Me quedé encantado al saludar allí a compañeros tales como Paco Bernabéu, Pascual Bosque, mi gran amigo al que siempre llamaba Pascualín, mi gran amigo Paco Morant, Emilio Galiana, Antonio Gosálbez, Pilar Illán, Isabel Vera y muchos más a los que no conocía por proceder de la CAPA.

 

     Allí los vi trabajando en toda clase de tareas para hacer posible que la Asociación funcionara.

 

     Pepe Barberá me habló de los viajes de la Asociación y me animó a inscribirme. El primero que estaba programado era a ISDABE. Decidí inscribirme y Pepe llamó al encargado de viajes, Cecilio Méndez, y formalizamos la inscripción. Eran mis primeros pasos en la Asociación.

 

     En el autobús yo iba sentado sin ningún compañero al lado. A mi izquierda iban dos compañeros de la CAPA a los que no conocía. Uno de ellos me dijo que si no me importaba que se sentara a mi lado para eludir el sol que le daba en la cabeza. Le dije que encantado y se sentó. Se presentó, era Antonio Timoner. Allí empezó una gran y entrañable amistad. Nos contamos nuestras penas y resultó que eran las mismas las de los dos: el fallecimiento de su mujer y de la mía con poco tiempo de distancia y por las mismas causas.

 

     El viaje fue muy entretenido, recogimos por el camino a compañeros de Orihuela y de Murcia. A partir de ese momento el viaje se animó gracias a los chistes que alternativamente contaban Pepe Verdú y Ernesto Martínez; y cuando Evangelina Ortiz estaba en forma era un espectáculo. Allí escuché por primera vez el cuento de la ratita que tan magistralmente contaba la admirable Angelita Arenas. Este cuento ya se hizo imprescindible en todos los viajes. Lo pasamos muy bien. En Gibraltar, un mono de gran tamaño se subió a la cabeza de Pepe Verdú y no había manera de hacerle bajar, con las risas de todos los que allí estábamos.

 

     Me he extendido en este viaje por haber sido el primero y el que inició una reacción muy positiva en mi ánimo. Lo pasé tan bien que le dije a Cecilio, con el que me granjeé una buena amistad, que me inscribiera en todos los viajes.

 

     A partir de ahí hubo muchos viajes; fui a todos. Destaco el de LES (Valle de Arán), con una gran nevada y una misa que oímos en una ermita francesa en la que actuaba un coro dirigido de forma espectacular por una señora.

 

     En un viaje a San Rafael me puse enfermo, y la vuelta la hice tumbado en el asiento trasero del autobús, y no se me puede olvidar que tanto Manolo García Mascuñán como su mujer estuvieron todo el viaje pendientes de mí.

 

     Un viaje que no podré olvidar es el de Almagro. Tuve la desgracia de caerme y me produje una grave lesión en el codo. Inmediatamente, Antonio Timoner se hizo cargo de mí y me llevó al hospital de Ciudad Real donde un buen traumatólogo me puso el codo en su sitio, pero me dijo que había que operar. Ese doctor me ofreció operarme allí o que me trasladaran a Alicante para operarme aquí. Se organizó el traslado a Alicante con una ATS y un médico. A todo esto, Antonio Timoner siempre estuvo a mi lado. En la ambulancia me llevaron en primer lugar a Almagro y nunca se me podrá olvidar la ovación que me dispensaron los compañeros al entrar en el comedor. Antonio Timoner, siempre él, recogió mis cosas y la ambulancia me trajo a Alicante, donde me operaron.

 

     Me vienen a la cabeza cosas de otros viajes, como el magnífico crucero que hicimos por el Mediterráneo. El viaje a Alemania, al que con tanta ilusión nos inscribimos, resultó bastante negativo por la mala organización de la agencia; recuerdo que en un local donde teníamos que desayunar cogí un croissant y la camarera vino y me lo quitó, Joaquín Botí, que se dio cuenta, fue hasta ella y pretendió quitarle el croissant de las manos produciéndose una escena grotesca porque cada uno tiraba de una parte del croissant. Finalmente, Joaquín se salió con la suya y yo pude desayunar.

 

     Otro viaje fantástico fue el Transcantábrico; éste si que fue organizado a conciencia por Cecilio, y resultó precioso. Todo a bordo del tren era estupendo, y, por intrigas de Cecilio, fui nombrado Mister Transcantábrico.

 

     Ha habido más viajes y todos muy buenos, pero quiero destacar uno de los varios que hicimos a Extremadura. Estábamos cansados, y para acudir al restorán a comer tuvimos que hacerlo por una calle cuesta arriba bastante pronunciada; cuando llegamos nos encontramos con una mesa en forma de U, dos laterales y una central. Conforme se llegaba se iban ocupando los asientos y al final quedó libre la parte de la mesa que unía los dos laterales, y quedó como presidencia. Los últimos en llegar fueron Pepe Verdú, Joaquín Botí y Pepe Sepulcre, con sus respectivas esposas. Yo estaba en una esquina y de pronto le dije a Pepe que aquella comida parecía la celebración de sus bodas de plata, y él, ni corto ni perezoso, se levantó y dio las gracias a todos los asistentes por asistir a sus bodas de plata y añadió que se encontraba presente el sacerdote que les casó, hoy día obispo, e hizo que me levantara, como si fuera yo, para dirigir unas palabras. Cuando terminé de hablar os aseguro que no me acordaba de lo que había dicho, pero a partir de ese momento fui proclamado Obispo de la Asociación. Salió la cosa tan real que los camareros y comensales del comedor de al lado se lo creyeron y pasaron a felicitar a Pepe y Mariló, y a mí me pedían una bendición.

 

     Por último, un viaje en el que lo pasamos muy bien pero del que no guardo buen recuerdo fue el de Ibiza. Cuando desembarcamos en Denia, en donde Antonio Timoner había organizado una buena comida, éste empezó a sentir los primeros síntomas de su cruel enfermedad. A los pocos días me llamó y me dijo: Tio Paco (así me llamaba él), esto no pinta nada bien. Y a partir de ese momento empezó su sufrimiento, llevado con una gran dignidad hasta que nos dejó.

 

     Estoy escribiendo esto y no se me van de la cabeza otros compañeros que ya nos han dejado.

 

     Mi gran amigo Paco Morant, quien se quedaba a la puerta de varios sitios porque no eran de su devoción y yo le hacía compañía; Manolo Lucas, que se fue rápidamente, pero que nos ha dejado la dulzura de su esposa María Teresa Ibáñez; Modesto Celdrán, que fue la personificación de la bondad; Pepe Sepulcre, Auditor, y, a pesar de ello, muy buena persona; José Ramón Baldó, que con su sabiduría innata consiguió que yo jugara a las cartas, cosa que no había hecho nunca; Paco Espín, el gran pescador; Manolo Serrano, al que yo llamaba “Manolico el murciano”, cómo nos hemos reído los dos en todos los viajes escondiéndonos detrás del autobús a fumar un cigarro sin que su mujer se diera cuenta. Alguna vez nos fumaremos uno a escondidas de San Pedro.

 

     Y estos dos no se han muerto. Están vivitos y coleando, dispuestos a dar buena guerra. Federico Andreu, el de Orihuela, al que yo siempre daba la culpa de todo lo malo, aunque no hubiera sucedido, y Pepe Cava, mi compinche para meternos con Manolico el murciano. Quedan el fotógrafo Vicente Jiménez y Pepe Campos, con quien lo pasé muy bien en Burgo de Osma.

 

     Solo me queda pedir al que más manda que pase mucho tiempo hasta que nuestro boletín me dedique una página y una foto.

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